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De nuevo leeremos en la primera lectura de este domingo un fragmento (Jr 33,14-16) del libro de la Consolación del profeta Jeremías (Jr 30-33). El trasfondo del texto es el asedio de Jerusalén, situación alarmante, pero que no deja de ofrecer una esperanza y seguridad avalada por la palabra inamovible del Señor.

El mensaje central de la lectura es la promesa de restablecer la descendencia del rey David. La forma literaria del mensaje es el oráculo; es la forma más frecuente de la transmisión del mensaje profético; el profeta se presenta como mensajero y portavoz de Dios. La fórmula da solidez, solemnidad y seriedad a la promesa, al fin y al cabo es el Señor quien habla. La imagen es bastante poderosa: de un gran árbol talado (la dinastía davídica que ha ido a la deriva) saldrá un brote nuevo, es decir, de algo que puede darse por muerto, saldrá una nueva vida. Jeremías habla del cumplimiento de una promesa; ¿de qué promesa se trata?. Básicamente hay que referirse a dos pasajes: la profecía de Natán hecha a David: “Pondré en tu sitio uno de tu linaje, salido de tus entrañas y afianzaré su reinado... haré que su trono real se mantenga para siempre (2Sa 7,12-13)”. El otro pasaje se encuentra en el 1er libro de los Reyes. La promesa que el Señor reitera al hijo de David, Salomón, añade esta advertencia: “Pero si tú o los israelitas... os alejais de mí, si no observais mis mandamientos y decretos que os he dado, si vais a rendir culto a otros dioses y los adoráis, yo arrancaré al pueblo de Israel de la tierra que le había dado, rechazaré este templo ... e Israel será motivo de burlas y escarnios entre todos los pueblos” (1 Re 9,6-7) .

Cómo es posible que se cumplan las profecías hechas a David y Salomón viendo los desastres que tuvo que ver Jeremías. El profeta alimentó la firme esperanza de que, aprovechando la caída del imperio asirio, los habitantes deportados del reino de norte, Israel, pudieran volver a la patria. El rey Josías debía reunificar todo el territorio e Israel y Judá serían gobernados por un único descendiente de David y la capital sería Jerusalén. La cosa no fue así. Josías murió en la batalla de Megido en el año 609 a.C. Bajo el reinado de su sucesor Joyaquim (609-598 a. C.) empezó el calvario del profeta Jeremías, algunos incidentes estuvieron a punto de costarle la vida y él no dejó de quejarse de su misión. Estas quejas constituyen un conjunto de textos llamados “confesiones”.

En contra del parecer de Jeremías, Joyaquim se decantó a favor de los egipcios, detuvo la reforma religiosa de su padre Josías. Le sucedió Sedecias, puesto en el trono por el rey de Babilonia que había llevado a cabo una primera deportación. Sedecias siguió con el mismo tipo de comportamiento político y religioso que su hermano Joyaquim. El período de Sedecias (597-587 a. C.) acabó con el asedio de Jerusalén. El rey de Babilonia, Nabucodonosor, sometió a todo el país, destruyó el templo y se llevó cautiva a una parte muy significativa de la población.

Irónicamente Sedecies significa “Dios es mi justicia”, pero él de impartir justicia nada. Los últimos reyes de la dinastía davídica no cumplieron con el deber de guiar al pueblo y le condujeron al desastre. Visto el panorama, el oráculo del profeta es el anuncio de una imperiosa necesidad, abre una luz en esta coyuntura oscura y desastrosa. El oráculo pronostica que el descendiente de David ejercerá la justicia y el derecho porque éstos son los pilares que fundamentan la realeza del Señor (Sl 89,15) y también la realeza de David se caracteriza por el ejercicio de estos valores (2Sa 8,15). ¿Qué significa reinar según la justicia y el derecho? El salmo 72 lo detalla con mucha precisión: ante la indefensión de los desvalidos, el rey debe velar para que se respeten los derechos de los humildes los pobres.

Domingo 1º de Adviento 28 de Noviembre de 2021

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