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Comentario a la primera lectura del 2.º domingo de Cuaresma. A

A partir del capítulo 12.º el libro del Génesis inicia los relatos referentes a los grandes patriarcas de la historia de Israel, Abraham, Isaac y Jacob. En la primera lectura de este domingo leemos los primeros versículos dedicados a Abraham (Gn 12,1-4.ª ). Si los primeros capítulos de Génesis (1-11) presentan (salvo el relato sacerdotal de la creación Gn 1,1-2,4.ª) una historia triste. Al empezar el capítulo 12 se observa un giro si nos atendemos a las promesas y bendiciones de Dios.

Efectivamente Dios maldice la serpiente (3,14), también la tierra ( 3,17; 5,29); maldice Caín (4,11) y la tierra de Canaan (9,25). Cinco maldiciones que contrastan con las 5 veces que aparece la bendición en los tres primeros versículos del capítulo 12. El verbo hebreo que traducimos para bendecir (barak) tiene un sentido muy rico, no se limita simplemente a decir cosas buenas de una persona, resume la acción creadora y salvífica de Dios. En cuanto que bendecir es crear una situación de salvación, comportará admiración y agradecimiento. Así bendecir y alabar resultan ser sinónimos. Por extensión el término querrá decir: enaltecer, elogiar, saludar, felicitar, prosperar, desear bienestar, suerte, éxito; y también hacer fecundo, hacer numeroso. Aquellos quienes reciben la bendición se convierten en fuente de bendición para otros y son fuente de bienestar para otros. La insistencia, pues, en que aparece el término en este pasaje en contraste con le anteriores maldiciones, quiere expresar que con Abraham empieza una nueva fase de la historia.

No deja de tener importancia la expresión “engrandeceré tu nombre”. Los constructores de la torre de Babel se dicen entre ellos: “hagámonos un nombre” en oposición a los planes de Dios, el resultado es la dispersión provocada por Dios (Gn 11,1-9). Ahora es Dios quien hará grande el nombre de Abraham y será él factor de unidad y no de dispersión en cuanto que por él serán bendecidos todos los pueblos de la tierra. El nombre que querían los constructores de Babel les será negado y el nombre será dado a Abraham. “Nombre” sirve de palabra enlace para conectar la historia de los patriarcas con la historia de los orígenes. Cuando se habla de “hacerse un nombre” no se puede evitar pensar en la profecía de Natán mediante la cual Dios promete a David un nombre tan grande como el nombre de los grandes de la tierra (2Sa 7,9). La realeza davídica queda legitimada al ser un cumplimiento de la promesa hecha a Abraham. Esto tiene su importancia cuando se trata de legitimar la unidad del territorio de Israel. Las reticencias de las tribus del norte a aceptar la realeza proveniente del sur quedarán superadas justificando la unidad del territorio como cumplimiento de la promesa de Dios hecho a Abraham (Gn 15,18-21).

El texto habla de nación. Este término en teología bíblica tiene generalmente una connotación negativa. Las naciones son idólatras y pueden apartar a Israel del Señor (Dt 7,1-6). Aquí hay que leer naciones a la luz de Is 2 cuando dice que las naciones afluirán a Jerusalén y se dirigirán todos los pueblos hacia la montaña del Señor en busca de su enseñanza (Is 2,2-4). También el tercer Isaías dice: “Los pueblos se acercarán a tu luz” (60,3).

Además de esto es posible que las tradiciones patriarcales nacieran en Jerusalén capital del reino. Allá vivían permanentemente embajadores extranjeros y delegados reales que iban en misión diplomática. Sabios y escribas venidos de fuera enseñaban en las escuelas reales destinadas a la formación de funcionarios reales. Los teólogos redactores de los relatos patriarcales no podían excluir a los pueblos extranjeros de las promesas de bendición hechas a los antepasados. Las tradiciones patriarcales, pues, están construidas en una perspectiva universalista. La historia de salvación del pueblo de Israel se convierte en una historia de salvación universal. El Señor, el Dios de Israel, es también Señor y Dios de todos los pueblos.

Domingo 2.º de Cuaresma. 5 de Marzo de 2023

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