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La presencia de textos del profeta Amós en el Nuevo Testamento es muy escasa, cosa sorprendente cuando en éste la solicitud por los pobres es abundante e intensa. También la liturgia usa poco los textos de este profeta, el más antiguo de los que nos han dejado textos escritos. Por suerte, en la primera lectura de este domingo se nos da la oportunidad de leer uno de sus textos. El que leemos hoy (Am 8,4-7) se inserta en un conjunto de visiones (Am 7-9) , de tal modo que el texto que nos ocupa parece una especie de añadido, pero enlaza bien si se tiene en cuenta que las visiones conllevan una advertencia a Israel por su mal comportamiento y el texto de hoy muestra cuál es la causa: la explotación de los pobres.

El trasfondo social y político del fragmento en cuestión puede ayudar a su comprensión. Amós se dirige a las clases adineradas de Israel, el reino del norte, escenario de la predicación del profeta; su actividad hay que situarla en torno a los años 767-753 aC. En el año 841 aC., Salmanasar III de Asiria sometió a Israel y le impuso un tributo muy duro. Cuando él murió, Asiria cayó en una época de decadencia a la que hay que sumar la debilidad de Damasco; la desaparición de la amenaza asiria permitió que tanto el reino de Israel como el de Judá vivieran un período de relativa prosperidad. Esto duró hasta que Tiglat-Pileser (745-727 aC.), Codicioso de extender el territorio asirio, hizo que Israel quedara incorporado al imperio asirio y el rey Menahem tuviera que pagar tributo. La actividad de Amós corresponde a los últimos años del próspero reinado de Jereboam II.

Esta prosperidad fue la causante de la existencia de dos grupos que aparecen en nuestro texto y que están diametralmente opuestos. Los ricos, la clase poderosa dominante y los pobres, la clase oprimida. A los ricos Amós les critica una religiosidad superficial que respeta el descanso de las fiestas en que no se podían hacer negocios (fiesta de la luna nueva y sábado), pero tienen el corazón puesto en enriquecerse a costa de la miseria de los pobres, haciendo todo tipo de trampas. Los pobres los presenta como una clase sometida a estos tejemanejes de los ricos. Su situación es desesperante porque se sobreentiende que, ahogados de deudas, se venderán como esclavos por un precio irrisorio. La única protección y defensa la encuentran en Dios.

Hay que prestar atención al final del texto que comentamos. Dos verbos tienen aquí mucha fuerza jurar y olvidar. En los textos bíblico encontramos que Dios mismo se compromete con un juramento y éste puede tener un tono amenazador. Esto indica que la actuación del Señor es irrevocable y vinculante y nada lo puede echar atrás. Es una manera de decir que ya basta y ello sintoniza con las dos visiones anteriores a nuestro texto donde el Señor dice: "No lo volveré a perdonar"; "Ya no le dejaré pasar nada más".

Dice el salmo 74,19: "No olvides a tus pobres para siempre" y otro dice: "Pero el pobre no será nunca olvidado, no se verá defraudada la esperanza de los pobres" (Sal 9,19). Las palabras de Amós no hacen otra cosa que manifestar como se cumple el hecho de que Dios no olvida los pobres. Fijémonos como, en el fragmento que nos ocupa, los ricos y poderosos pretenden exterminar a los pobres, hacerlos desaparecer y lo que consiguen es algo totalmente opuesto y es que Dios no se olvide de los pobres porque el hecho de no olvidarse es para ellos garantía de su ser y existir. Siguiendo con el juego conceptual del verbo olvidar, los ricos piensan, tal como dice el salmo 10,11: "Dios se olvida, aparta los ojos, no ve nada" y por ello, pensando que Dios olvida, creen que les deja campo libre para cometer todo tipo de maldades, pero las palabras de Amós les recuerda - al igual que lo hacen el salmos- que Dios no olvida nunca.

Domingo 25 durante el año. 22 de Septiembre de 2019

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