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Un par de versículos del capítulo 10 de la 1ª carta de Pablo a los Corintios leemos en la segunda lectura de hoy (1 Co 10,16-17), festividad del Cuerpo y la Sangre del Señor. Pablo se vale de la tradición sobre la cena eucarística (una tradición de la que hablará más adelante a 11,17-34) para argumentar sobre un problema que se da en la comunidad de Corinto: la participación en las comidas donde se come carne sacrificada a los ídolos.
El apóstol defiende la incompatibilidad que se da entre la comunión de quienes participan en la cena del Señor y la comunión de los que lo hacen en los banquetes idolátricos. En muchísimas culturas había - y en algunas aún perduran - los banquetes sagrados. En ellos, el ser humano recibe la fuerza de la divinidad que penetra a través del alimento ingerido y que le da, sobre todo, la inmortalidad. A la vez los que participan de un mismo banquete quedan unidos en una comunión entre ellos. Por el hecho de estar unidos a una misma divinidad, ésta actúa como principio común que garantiza la unidad entre todos ellos. La participación en un banquete sagrado era el ritual iniciático que integraba dentro de la comunidad.

Israel también celebró y participó en comidas sagrados. Lo hizo participando como invitado en comidas sagradas ofrecidas a los dioses moabitas (Nm 25,2) pero tuvo también sus propios banquetes sagrados, estos iban ligados a la celebración de la Pascua (Ex 12-13) y a la conclusión del alianza (Ex 24, 9-11). En la antigüedad, muchos pactos se sellaban con una buena comida. Pablo rememora aquí los sacrificios de comunión en los que la víctima era repartida entre Dios, el sacerdote y el que hacía la ofrenda, entendiendo que se creaba un vínculo entre todos los implicados (Lv 3,1-17; 7,11-18 ). Pablo tiene presentes también las comidas rituales sagradas que practicaba el pueblo de Israel. El cáliz o copa de bendición es una expresión arraigada en el judaísmo para referirse a la tercera copa con la que se proclamaba la alabanza / bendición a Dios dar gracias al terminar la comida celebrada. Probablemente fue esta tercera copa la que Jesús ofreció a sus discípulos en la última cena (Mc 14,23; Mt 26,27-28). La cena del Señor de los primeros cristianos acababa también con la copa de la bendición; era el ritual conclusivo y beber de esta conllevaba la "koinonia" (comunión) con la muerte liberadora de Jesús.

Koinonia / comunión significa compartir no sólo la comida material, sino también la sintonía de pensamiento, la amistad, el compañerismo, el participar en un proyecto común. Por eso los fariseos extrañaban que Jesús comiera con los pecadores porque esto significaba que entre ellos habíase fortalecido una avenencia inadmisible por los códigos estrictos de la religiosidad farisaica (Mc 2,15-17). La comunión existía en las "eranos", comidas en los que cada uno aportaba lo que podía. Se hacían para crear una relación especial entre los participantes y el plato principal solía ser siempre sacrificadas a los ídolos.
Lo que más interesa a Pablo en este pasaje es la cuestión de la "koinonía" o comunión porque, al fin y al cabo lo que le interesa demostrar es la imposibilidad de una doble comunión, una con Jesús a través de comer el pan partido y beber la copa del vino y otra con los ídolos que, aunque no son reales, hay que alejar las sospechas de una posible connivencia con ellos y prevenir no caer en el mal camino. La participación en la Eucaristía pone al cristiano en una profunda comunión con Jesús, su muerte y su resurrección. Los corintios y Pablo saben que la muerte de Jesús fue en beneficio de todos y que esto es muy serio, tanto que hace que el comer el pan y beber el cáliz eucarísticos resulte incompatible con la participación en los banquetes idolátricos.

Festividad del Cuerpo y la Sangre del Señor
Domingo 18 de Junio ​​de 2017

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