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El capítulo 20 del evangelio de Juan, después de narrar la visita al sepulcro de Pedro y el discípulo amado y la aparición a María Magdalena, explica una doble aparición de Jesús a los discípulos; es este el pasaje que leemos en el evangelio de este domingo (Jn 20,19-31).

A diferencia de Lucas que, aunque anunciado (24,49), pospone el don del Espíritu a la segunda parte de su obra (Hch 2,1-13), en Juan el don del Espíritu es simultáneo a la experiencia de encuentro con Jesús resucitado. En el evangelio de Juan el Espíritu tiene un protagonismo que no tiene en ninguno de los sinópticos. Jesús hablará a Nicodemo del nacimiento por el Espíritu (3,6.8) y del Espíritu que se da sin límites (3,34); dirá a la samaritana que hay que adorar al Padre en Espíritu y en verdad (4,23s). En los discursos de despedida Jesús promete a sus discípulos el don del Espíritu (14,26; 15,26; 16,13) que define como Espíritu de verdad (14,17) y Defensor (14,26). Cuando Jesús se aparece a los discípulos y les concede el don del Espíritu no hace más que cumplir lo que había prometido: darles el Espíritu y no dejarlos solos (14,18). El Espíritu es el referente indiscutible en la vida de la comunidad. Más que la guía de obispos y presbíteros más propio de las cartas pastorales (escritos que aparecerán más tarde) y de la constitución presbiteral desarrollada en la tradición palestina inspirada en la constitución sinagogal judía, las comunidades joánicas entendieron que la autoridad procede de la Espíritu. Él es el maestro por excelencia (14,26; 16,13). La comunidad joánica aprendió del Espíritu a través de la obra del discípulo amado porque entendía que era el Espíritu que actuaba detrás de la interpretación de la tradición proveniente de Jesús tal y como era transmitida por el discípulo amado.

Es en este contexto del don del Espíritu que Jesús otorga a los discípulos la capacidad atar y desatar que algunas versiones traducen para perdonar o no perdonar. Los verbos griegos “krateô” y “afiemi” provienen respectivamente de los verbos hebreos “asar” que significa parar, vincular, confinar, encadenar, prohibir y el verbo “hitir” que significa desatar, desvincular, soltar, permitir. Existía entre los rabinos judíos una especie de ceremonia de ordenación en la que al estudiante que había terminado sus estudios religiosos en una escuela rabínica se le delegaba cierta autoridad para tomar decisiones ante cualquier situación dentro de una comunidad concreta. Una de las preguntas que hacía el rabino principal era: ¿puede atar, puede desatar? Si la respuesta era afirmativa, ya tenía autoridad delegada. Si ocurría algo digno de ser juzgado, porque la ley de Moisés no podía prever todas las situaciones que se dan en la vida, el caso era llevado ante esta persona y, por la autoridad que le había sido otorgada, ataba o desataba, es decir, juzgaba el caso.

La autoridad que se da a los discípulos es para actuar sobre el pecado. Esta capacidad no procede, pues, de un ritual de ordenación que confiere el poder, sino que está inseparablemente ligada al don del Espíritu. El pecado debe entenderse no en el sentido de una transgresión moral sino como el rechazo a la persona, al mensaje y la revelación de Jesús. "En cuanto al pecado porque no creen en mí" dice Jesús en el discurso de despedida (16,9). Si pecar significa no aceptar a Jesús, la acción sobre el pecado tiene un alcance universal; toda persona humana puede beneficiarse de la acción regeneradora del Espíritu que actúa dónde, quiere, cuándo quiere y sobre quién quiere capacitando para la aceptación de Jesús.

También debe decirse que es toda la comunidad que está facultada para perdonar, para accionar sobre el pecado. El colectivo de los doce, término que implicaría una cierta jerarquización, apenas aparece en el evangelio de Juan y si lo hace (Tomás es considerado uno de los doce) no tiene el sentido de autoridad que se puede encontrar en los sinópticos (ejemplo: Lc 9,1). Discípulo debe entenderse en un significado muy amplio. No sólo los doce son discípulos y no debe limitarse el ser discípulo al género masculino. Entre los discípulos de Jesús de las comunidades joánicas habría seguro hombres y mujeres y, en virtud de la libertad del Espíritu, también ellas lo recibieron y también a ellas se les dio la capacidad de actuar sobre el pecado y transmitir la fuerza vivificante del Espíritu.

Domingo 2º de Psqua. 24 de Abril de 2022

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