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El grueso del capítulo 23 del evangelio de Mateo recoge siete amenazas contra los maestros de la ley o escribas y los fariseos, precedidas de una introducción que leemos en el evangelio de este domingo (Mt 23,1-12). Las palabras de Jesús son muy duras, extrañamente duras si se considera que provienen de un predicador que defiende el amor y la paz (Mt 5,39.44). A qué responde esta dureza? Cuesta entender más si se tiene presente que un escriba que se ha hecho discípulo del Reino del cielo recibe la admiración de Jesús (Mt 13,52). Es posible que Jesús no las hubiera dicho, más bien reflejan la situación de la comunidad receptora del evangelio de Mateo.

¿Cuál era la situación, pues, en que se encontraba la comunidad de Mateo? En el último tercio del siglo I, la población judía de Antioquia era considerable. Vivían en un barrio donde gozaban de la suficiente autonomía que les permitía la observancia del sábado y tener libertad para mantener sus leyes y sus costumbres. Esta comunidad era muy plural y diversa en la manera de vivir el judaísmo y las relaciones con el mundo helenista. Esta pluralidad hacía posible que en la comunidad pudiera existir un grupo fiel y partidario de la causa de Jesús.

Además de esto hay que tener presente el impacto que representó la destrucción de Jerusalén y el templo en el año 70. Los diferentes grupos de judíos se preguntaban por qué había pasado. Desaparecido el sacerdocio y el culto del templo, los fariseos y los escribas protagonizaron una reformulación del judaísmo en el que la ley y la sinagoga adquirieron el papel que antes tenían el culto y el templo.

Ante la derrota, el grupo de Jesús de la comunidad de Mateo presentaba Jesús como la única alternativa con sentido que podía dar respuesta a los interrogantes que los judíos se formulaban. Si Jerusalén y el templo habían sido destruidos a causa desde pecados del pueblo, Jesús era el que llevaba el perdón de Dios y moría por el perdón de los pecados. "Él salvará de los pecados a su pueblo" (Mt, 1,21) anunciará el ángel a José.

Las rivalidades estaban servidas. Hubo escribas y fariseos en la sinagoga donde se acogía el grupo de Jesús o en la sinagoga rival que no aceptaban los planteamientos de los seguidores de Jesús. Crecía la tensión y el antagonismo y cada uno de los grupos se negaba a aceptar la legitimidad del otro. Las formas verbales fueron duras y gruesas (sobre todo las de los versículos que siguen a la lectura de hoy), similares al lenguaje que los grupos opuestos de filósofos helenistas usaban entre ellos. Estas tensiones han ido a parar al evangelio de Mateo y, dada la intensidad y dureza de las palabras, se huele que se trata de una rivalidad no lejana del momento en que se escribe el evangelio.

A los tres reproches dirigidos a los escribas y fariseos, motivados por su afán de ostentación, siguen tres consejos dirigidos al grupo de Jesús. La pujanza del rabinismo, después de la caída de Jerusalén, había hecho que algunos rabinos se vieran ensalzados ocupando los primeros lugares en la dirección de las comunidades sinagogales. Si ser rabino es un prestigio, los seguidores de Jesús no deben caer en una pretensión semejante. Igualmente el término "padre" denotaba autoridad social y religiosa. Eustacio aclamaba el emperador Diocleciano diciéndole "Padre de Roma" y el que obtenía el grado más elevado en el culto mistérico de Mitra era llamado padre. Jesús invita a rehuir todo lo que pueda suponer honor y prestigio, como lo era el hecho de llamarse preceptor o maestro. Tres apelativos, pues, que tienen en común la honorabilidad y la enseñanza o instrucción propia de los escribas. Lo que se pide a los seguidores de Jesús es ser servidor, un rol social que está en las antípodas del poder, el prestigio y la ostentación.

Domingo 31 durante el año. 5 de Noviembre de 2017

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