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Por La puntada .

Mercè Solé es militante de ACO

Tengo que reconocer que durante muchos años he vivido más bien de espaldas a la liturgia, que me parecía una forma rígida de regulación de la comunicación con Dios. Una especie de "check-point" donde un técnico eclesiástico llamado liturgista, inflexible y con cara de perro, permitía o no el acceso de mis plegarias al destinatario. Como si al de Arriba o a mí nos hicieran falta intermediarios.

Pero con los años he ido cambiado de opinión, por varios motivos:

1 - Me casé con un liturgista, que ni es inflexible ni nunca ha tenido cara de perro.

2 - Trabajo en el Centro de Pastoral Litúrgica, maquetando textos y tratando con liturgistas: el 90% de los cuales son unos chicos encantadores (el otro 10% lo son menos, pero eso pasa en todas las familias).

3 - He ido conociendo y saboreando diversas formas de oración de la Iglesia.

Veo que los gestos y los textos litúrgicos ayudan a profundizar en la fe y que no son de efectos inmediatos. A menudo, para saborearlos, se necesitan tiempo, formación y rutina, esa cosa que siempre nos parece espantosa, pero que nos ayuda a funcionar cuando estamos atascados, en cualquier ámbito de la vida.

Me gusta también compartir oración y liturgia con todos los cristianos del mundo entero que probablemente hoy y ahora celebran lo mismo que yo. Y con los que nos han precedido, porque muchas oraciones tienen orígenes milenarios, aunque utilizan un lenguaje para mi gusto demasiado rígido propio de una sociedad medieval.

La liturgia, pues, ha reforzado mi sentido comunitario y también me ha hecho ir más allá de donde llegaría yo solita inventándome todo de pies a cabeza. Cabe decir que este gusto por la liturgia "oficial" no está exenta de crítica (me parece que convendría revisar unas cuantas cosas) y continúa acompañada por el gusto por determinados cantos, oraciones espontáneas, testigos comprometidos, etc. Dicho de otro modo, la liturgia de la Iglesia católica de ninguna manera es incompatible con la vida ni con nuestra forma de expresarnos.

Lo comento porque contemplo cómo algunos liturgistas (los del 10% de las manzanas agrias, y alguno más de los nostálgicos) suspiran por regresar a formas anteriores al Concilio, y que la misa se haga en latín (consideran que es una lengua "más afín al misterio ", es decir, les parece que ¡no entender el lenguaje refuerza el sentido de lo sagrado!), porque rechazan la participación de los laicos y porque, en definitiva, entienden la liturgia como una forma de poder, expresión de una Iglesia más vertical y machista que nunca. La mayoría de los congresos de liturgistas (en un 99%, curas), en lugar de reflexionar sobre cómo acercar más la liturgia y su lenguaje a la vida de la gente, y de plantearse qué hay que modificar en el futuro, repiten incansablemente la historia de la liturgia y los lugares comunes.

Pero quizás por eso mismo, siento con pesar que a veces en los ambientes "progres", la liturgia se contemple como si estuviera en contradicción con una Iglesia dinámica y comprometida. Hay curas que, con una formación que muchos laicos no tenemos, desaprovechan la ocasión de hacer pedagogía sobre el significado de la experiencia litúrgica. Sobre todo porque me parece que en el futuro contaremos con menos curas y que, por tanto, el tono de las celebraciones litúrgicas deberá ser más el de la comunidad que el del presbítero, que ahora todavía marca mucho. Y también porque es como secuestrar la conexión con la Iglesia universal. Vale la pena hacer el esfuerzo de explicar de forma crítica, -¿por qué no? - el calendario, los gestos y los textos litúrgicos.

Todos hemos vivido celebraciones que con voluntad de "desmarcarse" de la oficialidad y ajustarlas a una vida comprometida, a veces se quedan a mitad de camino: son igual o más largas, no necesariamente más participadas, están repletas de textos , donde a menudo hay más anécdota que testimonio. Salirse del guión no siempre garantiza celebraciones exitosas. Si a la larga nos tenemos que enfrentar con intentos de volver atrás en la liturgia de la Iglesia, o si sencillamente queremos que esta liturgia sea más adecuada a nuestra forma de vivir la fe, más vale que todos la entendamos mejor y que nuestra crítica no provenga sólo de la ignorancia o de la superficialidad. Porque la liturgia no es cosa sólo de curas.

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