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Domingo XXXI del tiempo ordinario. Ciclo C
Barcelona, ​​3 de noviembre de 2013

El encuentro de Jesús con el rico Zaqueo es un episodio evangélico suficientemente conocido y comentado.

Zaqueo es un hombre rico bien conocido en Jericó. Pequeño de estatura pero poderoso jefe de los recaudadores de impuestos que controlan el paso de las mercancías en un importante cruce de caminos.

No es un hombre querido.
La gente lo considera un pecador excluido del pueblo creyente.
Vive explotando a los demás. No es hijo de Abraham.
Pero este hombre quiere ver a Jesús.

Ha oído hablar de él pero no lo conoce. No le importa hacer el ridículo actuando de una manera poco acorde con su dignidad de persona importante. Como una criaturara espabilada corre y trepa en un sicomoro. Solo busca ver a Jesús.

Probablemente ni él mismo sabe que está buscando la paz, la verdad y un sentido diferente para su vida.

Al llegar Jesús en ese punto y lugar levanta los ojos y ve a Zaqueo
El relato evangélico sugiere un intercambio de miradas entre el profeta defensor de los pobres y aquel hombrecillo rico y explotador.

Jesús lo llama por su nombre: "Zaqueo, baja enseguida. Hoy mismo he de alojarme en tu casa y hablar contigo."

Jesús quiere entrar en el mundo de este rico.
Zaqueo le abre las puertas de su casa con alegría.
Lo deja entrar en su mundo de dinero y poder.

Mientras tanto, en Jericó todos critican a Jesús por haber entrado en casa de un pecador.

Al contacto con Jesús, Zaqueo cambia. Empieza a pensar en los pobres: compartirá con ellos sus bienes.
También se recuerda los que son víctimas de sus negocios: les devolverá con creces lo que les ha robado.
Deja que Jesús introduzca en su vida verdad, justicia y compasión.
Zaqueo se siente todo otro.

Con Jesús todo es posible.
Jesús se alegra.
Se alegra porque la salvación ha llegado también a esta casa poderosa y rica.
Ha venido al mundo para esto: buscar y salvar lo que estaba perdido.

Jesús es sincero: las vidas de los que son esclavos del dinero son vidas perdidas:
– vidas sin verdad,
– sin justicia,
– sin compasión hacia los que sufren.

Pero Jesús también ama a los ricos. No quiere que ninguno de ellos se pierda.
Cualquier rico que le deje entrar en su mundo experimentará su fuerza salvadora.

Nosotros no lo somos, de ricos, pero también necesitamos su energía salvadora.
Pongámonos en sus manos.
¿Y qué significa ponerse en las manos de Jesús?
Quiere decir saber y querer compartir.

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