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Domingo XVI del tiempo ordinario. Ciclo A
Barcelona, ​​20 de julio de 2014

La enseñanza de esta parábola es clara: según el juicio de Jesús nadie en esta vida tiene el derecho de erigirse en juez del bien y del mal.
Por tanto: nadie tiene el derecho de decidir dónde está el bien (el trigo) y donde está el mal (la mala semilla).
Y menos aún, nadie tiene derecho de considerarse con poder para pretender extirpar el mal de raíz (arrancar la mala semilla). Porque bien podría suceder que, pensando que arranca la cizaña, en realidad, arrancara el trigo.

En consecuencia:
Nadie puede constituirse en juez de los demás.
Nadie tiene derecho a hacer eso.
Nadie puede condenar a nadie, rechazar a nadie, reprobar quien sea.
¿Por qué?
Porque corre el peligro de equivocarse.
De modo que pensando que hace algo bueno, en realidad, lo que hace es un destrozo.

Jesús condena el puritanismo y la intolerancia.
Todos corremos el peligro de caer en este tipo de conductas.
Y sabemos de sobra hasta qué punto la gente va por el mundo:
- condenando
- rechazando
- ofendiendo
- insultando

Pero este peligro aumenta en la medida en que una persona se hace más religiosa, sobre todo si su religión es de carácter fundamentalista.
Entonces, la intolerancia supera todos los límites y llega a crear ambientes en los que no se puede ni respirar.

Este mundo está lleno de fanáticos que se consideran con el derecho y el deber de obligar a que todos los demás cambien, hasta pensar y vivir como piensa y vive el fanático más cerrado y más intolerante.
La gente "muy religiosa" da miedo. Y hacen la vida insoportable y la convivencia amarga.

En el fondo, el problema está en que el bien y el mal son categorías que se definen en los que tienen suficiente poder para definirlas.

Nietzsche lo dijo muy bien:
"Fueron los mismos buenos, es decir,
- los nobles
- los poderosos
- los hombres de posición superior, los que se sentían y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea, como algo de primer orden y nivel, en contraposición a todo lo que es bajo, vulgar, despreciable y popular".

¿Y cree que es así como vamos a limpiar el campo del Señor de la mala semilla?
El creído, el fachenda, no merece ningún crédito.

¿Somos de este tipo nosotros?
- ¿Orgullosos y engreídos?
- ¿Fachendas insoportables?

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