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Domingo VIII del tiempo ordinario. Ciclo A
Barcelona, ​​2 de marzo de 2014

Hoy el evangelio de San Mateo nos hace llegar un aviso de Jesús sobre el dinero y el uso que debemos hacer de este.
Jesús nos previene contra la idolatría del dinero, porque en sus garras dejaríamos rasgado lo mejor de nosotros mismos y las mejores razones por las que vivir.

El dinero es una herramienta ciertamente poderosa. Con ella se puede adquirir casi todo; se pueden ganar y adquirir cosas tan valiosas como
– instrucción
– salud
– diversiones
– placer
– e incluso la voluntad de mucha gente.

El dinero tiene un brazo tan largo y pujante que no es de extrañar que muchos terminen creyendo que la economía es el dios del mundo y el dinero su profeta.

Ahora bien: Jesús desmiente rotundamente esta taxativa sentencia porque el dinero proporciona muchos bienes, pero es incapaz de agenciar los más importantes, los que son esenciales para vivir.

Con el dinero se pueden comprar disfraces, pero no perdad.
Con el dinero se pueden comprar cómplices, pero no amigos.
Con el dinero se pueden comprar todo tipo de bibelots para el hogar, pero no confianza y buena comunicación entre padres e hijos.
Con dinero se pueden comprar gigolós o prostitutas, pero no amistad y amor.
Se pueden comprar metralletas, pero no libertad y respeto y paz.

Con dinero sólo, nunca se consigue una convivencia
– armoniosa
– sonriente
– y fraternal.

Creer que el dinero es omnipotente es un error funesto a todos los niveles –personal, familiar y social–, porque lleva al convencimiento de que todo lo que hacemos o dejamos de hacer debe ser convertible en moneda.

Alguien ha dicho –y con razónque quien cree que el dinero lo puede todo, acabará dispuesto a hacerlo todo a cambio de dinero. Yo no me atrevo a suscribir esta aseveración, pero sí digo que aquella persona que rinde culto al dinero pierde muchos valores, entre otros el sentido de la gratuidad.

Es decir, pierde lo mejor que tiene la persona humana: su capacidad de amar y de crear felicidad gratuitamente.

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