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Domingo XVIII del tiempo ordinario. Ciclo A
Barcelona, ​​3 de agosto de 2014

El evangelista Mateo no se preocupa de los detalles del relato.
Solo le interesa enmarcar la escena presentando a Jesús en medio de la gente en actitud de compasión. Lo hace también en otras ocasiones. Esta compasión –que muchos de nosotros no tenemos– se encuentra en el origen de toda su actuación.

Jesús no vive de espaldas a la gente
– encerrado en sus ocupaciones religiosas
– indiferente al dolor de aquel pueblo.
"Ve la multitud, siente lástima por ellos y cura a los enfermos."
Su experiencia de Dios le hace vivir aliviando el sufrimiento y saciante el hambre de aquella pobre gente.
Así debe vivir la Iglesia que quiera hacer presente a Jesús en el mundo de hoy.

El tiempo pasa y Jesús sigue ocupado curando. Los discípulos lo interrumpen con una propuesta: "Es muy tarde. Lo mejor es despedir a esta gente para que vayan a comprarse algo para comer."
¿Qué quieren decir estas palabras de los discípulos?
Que no han aprendido nada de Jesús. Porque se desentienden de los hambrientos y los dejan en manos de las leyes económicas dominadas por los terratenientes: que se compren comida.
¿Qué harán los que no puedan comprar?

Jesús les replica con una orden contundente que los cristianos satisfechos de los países ricos no queremos ni escuchar.
Les dice: dadles vosotros de comer.
Ante el hecho de 'comprar' Jesús propone 'dar de comer'.
No lo puede decir de una manera más clara.
Dios quiere que todos sus hijos tengan pan. También aquellos que no pueden comprar.

Los discípulos siguen escépticos. Porque entre la gente solo hay cinco panes y dos peces. Para Jesús ya es suficiente.
¿Por qué?
Porque si compartimos lo poco que tenemos se puede saciar el hambre de todos, incluso pueden sobrar doce canastas de pan!

Esta es la alternativa de Jesús.
Una sociedad más humana capaz de compartir su pan con los hambrientos tendrá recursos suficientes para todos.
En un mundo en el que mueren millones de personas, los cristianos solo podemos vivir avergonzados.
Europa no tiene alma cristiana y despide como delincuentes los que vienen buscando pan.
Y mientras tanto, en la Iglesia son muchos los que caminan en la dirección marcada por Jesús y centrada en el hecho de compartir.

Pero la mayoría malvivimos sordos a su llamada, distraídos por nuestros
– intereses
– discusiones
– doctrinas
– celebraciones
– y demás etcéteras.

¿Cómo nos atrevemos a llamarnos y a tenernos por seguidores de Jesús?

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