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Por Jordi Llisterri i Boix .

Cuando desaparecen figuras del estilo del cardenal Carlo Maria Martini (y es difícil hacer comparaciones por su inmensa talla), suele pasar siempre lo mismo.

Como a otros eclesiásticos, los sectores más renovadores dibujan un personaje más rojo, opuesto, incluso contestatario. Un rojo que normalmente acentúan más quienes más alejados están de la Iglesia. En el caso de Martini, todas sus interrogantes sobre temas vinculados a la sexualidad, a los límites de la vida o a la estructura eclesial, a menudo expresados con acertadas preguntas retóricas. Son sectores que hablan mucho de cómo debería ser la iglesia pero que olvidan la espiritualidad y la fe que le dan sentido.

En cambio, desde dentro de la estructura eclesiástica, se destaca un personaje más blanco, normalmente tendiendo a un blanco más difuso cuanto más arriba se está en la curia. Martini tenía una fe muy bien asentada y era profundamente católico, apostólico y romano, no hay duda. Pero tampoco se puede obviar su dimensión critica. No era tibio eclesialmente hablando. A pesar de eso, la mayoría han pasado de puntillas sobre sus últimas demandas de reforma eclesial.

Por ejemplo, viendo el funeral del lunes en la catedral de Milán, pensaba que allí era impensable que se leyera el último texto reconocido por el finado. Pero también se me hacía impensable que en algunos espacios en los que se han hecho grandes elogios a Martini se publique alguna reflexión sobre su numerosa bibliografía bíblica, espiritual o sobre los ejercicios de San Ignacio.

Todo el mundo es polifacético y difícil de encuadrar con uno o dos adjetivos, y el mundo mediático incita a esta simplicació. Lo que no puede ser es que estos acentos nos llevan a un doble personaje. El rojo y el blanco. Como si fueran dos personas distintas, según a qué molino se quiera llevar el agua.

No, Martini era uno. Y, precisamente, su componente crítico no se entiende sin su componente de fe. Su autoridad no provenía de su carrera eclesiástica, sino de su profundo conocimiento la Biblia y de su capacidad de comunicarla (de anunciarla).

Es lo que más me molesta de esta dinámica, que se produce en personajes vivos y muertos: que no se vea cómo la sana crítica eclesial está relacionada con la sana profundidad espiritual. Que sólo las dos juntas tienen sentido. Y que los que hablan con más autoridad, son los que más han trabado esta relación. Como Martini y como tantos otros que seguramente conocéis. Y es muy significativo que son la gente de Iglesia que tienen mayor credibilidad social.

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