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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Las pasadas elecciones al Parlamento de Cataluña han dejado un amargo sabor de boca. No hablo de resultados, que no son tan malos como creen algunos de aquí ni tan buenos como se imaginan muchos de allí. El tema de la ilegalidad de la consulta dejó paso a la mentira sistemática, al engaño permanente y a la inmoralidad política y mediática, como reflejos de una falta evidente de escrúpulos. El punto culminante fue la filtración de un documento borrador de procedencia policial, sin autor ni fecha, en el que se ponía en juego la honorabilidad, entre otras personas, de Artur Mas, presidente en funciones y principal adalid del cambio político. El Mundo asestó el golpe al mensajero con cálculo minucioso para derrotar el mensaje, interfiriendo gravemente en las elecciones catalanas. Las cuentas de Suiza entraron en campaña. Las instituciones del Estado español quedaron totalmente desprestigiadas: policías, jueces, gobierno, pero los focos mediáticos se proyectaron de manera siniestra sobre el candidato de CiU. Los políticos de ambas partes del Ebro se abonaron a la descalificación, a las ironías y a la difamación. Había que actuar sin escrúpulos para impedir la victoria del adversario. La presunción de inocencia, que ahora tanto invoca Pere Navarro del PSC cuando miembros significativos de su partido se han visto involucrados por actuación de los jueces en temas económicos, quedó perdida en el camino. Navarro tiene razón en pedir presunción de inocencia para los suyos, pero se mostró incoherente al no darla a los demás. Si estas diligencias se hubieran producido días antes, su formación podría haber caído en el abismo. Las hemerotecas son testigos de las barbaridades que se han dicho. No vale poner la ética en suspenso mientras dura la campaña electoral.
Me ha venido a la memoria la novela del premio Nobel Heinrich Böll (1974), titulada El honor perdido de Katharina Blum, basada en un hecho real y llevada a la pantalla, de forma convincente, por W. Schlöndorff. La protagonista es inocente, pero la prensa destroza su vida. Resulta paradójico que El Mundo publicara en su momento una crítica de este libro a cargo de Berta Vías, que acaba con esta frase: «Un libro que todo el mundo debería leer para saber hasta qué punto se han de recibir con prudencia las noticias difundidas a través de los medios de comunicación.»
Espero que la justicia cumpla su cometido, caiga quien caiga. Mientras, me abono a la presunción de inocencia del principal objetivo de la filtración, así como de los demás. No obstante, confío que alguien explique el funcionamiento policial, el autor y el origen del documento borrador, las bases éticas de la publicación mediática, la inoperancia sorprendente del Ministerio del Interior para encontrar el original, el papel de los sindicatos policiales, la connivencia del Gobierno en aprovecharse del contenido para usos electorales, las intervenciones del ministro de Hacienda…
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