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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Hay quien vive pendiente solo de lo inmediato, de lo que tiene al lado, no ve más allá. Circula siempre con luces cortas. Se instala en la miopía existencial. Hay quien, por el contrario, sin desatender lo que tiene a su alrededor, proyecta su mirada al horizonte y ve la lejanía. Sabe cuándo debe circular con luces largas. Esta forma de visión permite pensar en grande. Se trata de no quedar atrapado en pequeñas cosas, como si no existiera nada más. Hay quienes quieren pensar en grande, pero lo confunden con tener un ego grande y caen en la megalomanía, definida como «un trastorno de la personalidad, caracterizado porque la persona tiene ideas de grandeza, de manera que puede mentir, manipular o exagerar algunas situaciones o a las personas, a fin de conseguir sus objetivos». La visión, en este caso, se distorsiona. La madurez de pensar en grande requiere empequeñecer el ego. Si esta actitud de pensar en grande no va acompañada de la humildad, el desastre está asegurado. La humildad no cae en el menosprecio de las cosas sencillas, que también en la vida hay que resolver, y valora a todas las personas sin dejarse deslumbrar por su brillo u ostentación.

El 6 de junio se celebra la fiesta de Marcelino Champagnat, un campesino nacido en Rosey, una pequeña aldea de Francia, en 1789, año de la Revolución. Fue ordenado sacerdote y, con sus compañeros de seminario, fundó la Sociedad de María en Lyon. Entendió que este proyecto debía tener una rama más, el Instituto de los Hermanos Maristas, y asumió su fundación el 2 de enero de 1817, cuando tenía 27 años. Párroco de La Valla, un pequeño pueblo de montaña, supo leer los signos de los tiempos, comprometerse en aportar soluciones al campo de la educación de la infancia y de la juventud, y fortalecer su convencimiento para pensar en grande desde la fuerza del Evangelio. Quiso ir de misionero a Oceanía, pero nunca salió de Francia. No obstante, el 15 de febrero de 1837, escribe al obispo de Grenoble: «Tous les diocèses du monde entrent dans nos vues [Todas las diócesis del mundo entran en nuestras miras]», frase que repetirá textualmente en otra carta a finales de mayo del mismo año, dirigida al obispo de Autun, Saône y Loira. Sorprende que una persona con su currículo tan limitado en la geografía pueda pensar tan en grande como él. Un carisma hoy con presencia en 80 países. Champagnat piensa en el carisma que ha recibido, no en su propia grandeza. Para él era impensable que su imagen un día estaría colocada en la gloria de Bernini, en su beatificación, o en la fachada del Vaticano, en su canonización. Pero seguía las huellas de Jesús, reflejadas en sus últimas palabras antes de la Ascensión: «cuando el Espíritu Santo vendrá sobre vosotros, recibiréis una fuerza que os hará testigos míos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta en el extremo de la tierra.» Pensar en grande, de eso se trata, desde la convicción de estar al servicio de un proyecto más grande que uno mismo y desde la humildad de no considerarse fuente sino canal por donde el agua llega a los lugares más insospechados.

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