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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Después de llevar días y horas caminando, una pareja joven busca alojamiento en el hostal. La mujer está embarazada. No encuentran lugar. Ella está a punto de dar a luz. Con prisa, como pueden, se apartan del poblado. El nacimiento de su hijo requiere intimidad. En el campo de los pastores, en un lugar resguardado, improvisan la acogida. La Vida estalla bajo un cielo salpicado de estrellas. La omnipotencia de Dios se expresa aquí a través de un niño frágil y vulnerable. José y María lo miran fascinados. Experimentan una mezcla de sentimientos. Por un instante, rebobinan este último año. Su madre recuerda el saludo del arcángel: «No tengas miedo, María» (Lc 1,30). El esposo de su madre reproduce su sueño en el que tuvo la aparición de un ángel que le dijo: «José, hijo de David, no tengas miedo» (Mt 1,20). En la misma comarca hay unos pastores que viven al raso y de noche se relevan para guardar su rebaño. Son personas conscientes y siempre en actitud vigilante. Les aparece un ángel. Lo ven rodeados de luz y se espantan mucho. Les dice: «No tengáis miedo» (Lc 2,10). ¿Quién puede tener miedo de un bebé tan tierno? Cuando Dios aparece en la vida de una persona, sea directamente o a través de sus mensajeros, la primera reacción acostumbra a ser el miedo. Implica entrar en otra dimensión que se nutre de confianza, intimidad, alegría... Al fin y al cabo, de libertad y de amor. El miedo nos recorta la libertad y nos imposibilita el amor. Desvanecido el miedo, el ángel sigue hablando a los pastores: «Os anuncio una buena nueva que traerá a todo el pueblo una gran alegría» (Lc 2,10). Jesús es la buena noticia. La gente sencilla como los pastores o las personas que lo buscan como los sabios venidos de Oriente... viven un gran gozo. Herodes y personajes de su calaña querrán matarlo. Por ello, José y María, con el niño recién nacido tendrán que exiliarse a Egipto. Cuando no tienes miedo eres capaz de vivir un compromiso a fondo, de alejarte de tus seguridades, de desafiar sin desfallecer dificultades impensadas, de afrontar nuevos retos... No es extraño que, en la vida espiritual, según leemos en el Evangelio, la primera actitud que hay que desactivar es el miedo.

Los poderes mundanos nos quieren inocular el miedo hasta la médula de los huesos. Nos tienen atemorizados. La misericordia de Dios nos disipa el miedo y nos invita a vivir el amor con libertad y alegría. Jesús, el bebé vulnerable, recostado en el pesebre, lo recuerda cada Navidad.

¡¡¡Buena Navidad a todos!!!

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