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Por Catalunya Religió .
En Gerasa

A finales del pasado mes de junio, dos italianos me invitaron a cenar en un restaurante situado en la Vía Flaminia de Roma. Me une a ellos una buena amistad y unos intereses formativos en el campo de la psicología y de la espiritualidad sobre los que compartimos reflexiones y puntos de vista. Se trataron también otros temas. De forma inesperada, una de estas personas relató sus vivencias relacionadas con el papa Juan Pablo II y, más especialmente, con el P. John Magee, secretario personal de los papas Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II. Salió a colación también la muerte del papa Juan Pablo I, sobre la que se han realizado innumerables conjeturas y acusaciones de envenenamiento, etc. Me sentí privilegiado de escuchar a esta persona, lúcida y clarividente, en aquella época joven y sin una relevancia social determinada, que había recibido informaciones directas y confidenciales del P. John.

Resumo su narración. Todas las mañanas las religiosas preparaban café para el papa y lo colocaban muy temprano en la antecámara. Pasado un tiempo, la hermana vio que el café todavía estaba allí y se preocupó porque no había sucedido nunca que el papa no tomase el café. Por tanto, llamó inmediatamente al padre John, que entró deprisa y encontró al papa Luciani muerto en la cama, con la luz de la habitación todavía encendida. Sin falta, el padre John llamó al doctor Buzzonetti, (el médico del Vaticano que atendió diversos papas en el curso de su mandato), que constató la muerte atribuyéndola a un infarto. En efecto, luego se confirmó. La historia es simple y lineal. Incluso un miembro de la familia del papa, acaso su hermano, testificó que Luciani sufría patologías relacionadas con el corazón. ¿Por qué estos hechos se transformaron en relatos paranoicos de un homicidio, de envenenamiento, de complot, de insinuaciones absurdas? Por una parte, hay siempre gente dispuesta a crear estos relatos, por otra, hay que reconocer que un acontecimiento de esta dimensión no se gestionó bien. La negación de las autoridades vaticanas en que se practicara una autopsia (ningún papa había sido sometido a una autopsia) y un amortajamiento realizado en tiempo muy breve dispararon las dudas y quedaron demasiadas preguntas sin respuesta, cuando la realidad era sencilla y diáfana.

Recientemente, Sanna Mirella Marin, primera ministra finlandesa, a partir de su participación alegre y desenvuelta en una fiesta divulgada en un video fue acusada de haberse drogado. La oposición política y otros interesados dispararon los rumores, sin ninguna evidencia. El objetivo era dañar su reputación. Ella se sometió voluntariamente a la prueba y los resultados fueron negativos. No obstante, el objetivo se había cumplido: ensombrecer al personaje.

Si Albino Luciani, el papa Juan Pablo I, convertido en protagonista de un thriler, hubiera conocido las fabulaciones sobre su muerte, no hubiera dejado de sonreír, como siempre hizo en vida.

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