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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Dag Hammarskjöld fue un hombre de acción. Nació en Suecia en 1905. Político, economista y diplomático, a los 48 años fue nombrado secretario general de la ONU, cargo que ocupó hasta 1961, al tener un accidente mortal en avión, en un viaje para intentar resolver un conflicto en el entonces Congo Belga. A título póstumo recibió el Premio Nobel de la Paz. En Marcas, su dietario espiritual, dejó escritos pequeños textos de una profundidad excepcional. Una persona con un ritmo de vida como el suyo, relacionado con mandatarios internacionales de máximo nivel, ejerciendo un cargo de tanta relevancia, fácilmente puede sentirse tentado por la soberbia y por la vanidad. En 1956, expuso su vivencia de la humildad cuando escribió: «La humildad del instrumento cuando es elogiado por lo que hace una mano». Si el instrumento tuviera conciencia reconocería que el mérito lo tiene la mano que lo maneja. Ante el elogio, el aplauso, el éxito… lo más habitual es hinchar el propio ego, creerse el ombligo de la humanidad y perder el contacto con la propia esencia.

Dad se considera el instrumento, no la mano. Para él, como creyente, la mano representa a Dios. Un mes más tarde, en el mismo dietario, escribió: «Estigues content, doncs, si trobes que el que has fet tu era ‘necessari’, però no oblidis que, en realitat, només eres un instrument i que, a través teu, Ell ha afegit un altre granet de sorra al tot al qual dona forma segons el seu designi». La humildad se vincula a la alegría y vendría a ser una modalidad de virtud teologal. Hay momentos en la vida que uno se da cuenta de que no es la fuente, sino el canal. No soy yo, sino algo que surge más allá de mi que pasa por mí. Mérito, ninguno. Solo camino de paso. Alegría porque esto es posible y el bien llega a los demás. Mantener esta visión, esta perspectiva, es un objetivo al alcance de pocos. La vanidad descentra y la soberbia distorsiona. Por ellas, se aboca a la derrota, se hace mal a sí mismo y a los otros.

Ojo avizor a dos caricaturas de la humildad. Primera, confundirla con un espíritu apocado y sumiso, con baja autoestima, con incapacidad de pensar en grande… Segunda, confundirla con la falsa humildad, que solo es fachada, mueca, representación, engaño, hipocresía. La manera cómo afrontamos una humillación nos muestra si nuestra humildad es verdadera.

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