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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Participar en un curso de autoconocimiento personal permite observar cómo algunas personas, incluso las que poseen un currículum brillante en el campo académico y profesional, son muy poco conscientes de su propia realidad. Hay quien ignora por completo cuál es su pasión dominante como patrón inflexible de conducta que le daña, que perjudica sus relaciones y que le instala de manera permanente en un punto ciego. Este patrón inflexible, según el monje cisterciense Maur Esteva, viene a ser «un leitmotiv, como una banda sonora, en el fondo de todo cuanto hacemos, en el filme que protagonizamos». Cuando por trabajo terapéutico o por azar llega uno a ser consciente de vivir un momento de auténtica iluminación, inmediatamente le surge la cuestión de cómo no lo ha visto antes o de haber perdido años en la oscuridad. Lo reconoció san Agustín cuando escribió en el capítulo 10 de las Confesiones: «Tarde te amé, Oh Belleza siempre antigua, siempre nueva. Tarde te amé.» Ser consciente es fundamental. No serlo es vivir en el autoengaño y en la ignorancia existencial.

Salvador Macip ha escrito un libro con el título: ¿Qué nos hace humanos? Aborda esta pregunta desde la óptica de un biohumanismo racionalista. Su respuesta es precisa: «La capacidad de ser conscientes y el nivel de inteligencia son las principales características que nos separan de los otros animales». Añade un tercer elemento, que es la estructura de las sociedades humanas, resultado de un substrato biológico y de una evolución propiciada por la inteligencia y la conciencia.

Estos tres elementos tienen gran interés en ser estudiados, pero no en vano aparece la pregunta sobre si la conciencia es la esencia principal de la humanidad. Como el autor subraya, los anglosajones utilizan dos términos para referirse a la palabra conciencia de las lenguas latinas: conscience (el proceso cognitivo de emitir juicios morales) y consciousness (el conocimiento de la propia existencia, a veces también llamado self-awareness, ser consciente de uno mismo).

Ser profundamente humanos implica cultivar estas dos dimensiones de la conciencia. ¿De qué sirve conocer los grandes avances de la tecnología o ganar mucho dinero, por poner dos ejemplos, si uno vive ajeno a su propio interior y es incapaz de responder con verdad y amor, sin pretensiones narcisistas, a la pregunta de quién soy yo?

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