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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Platón expuso el mito de la caverna en el libro VII de su obra República. En este mito aborda la existencia de dos mundos: (a) el interior de la caverna, donde los hombres prisioneros ven desfilar en la pared de fondo a modo de pantalla una serie de sombras, que representan el mundo de la opinión; y (b) el exterior de la caverna, donde se puede acceder al conocimiento verdadero. El drama del filósofo o del educador consiste en la resistencia que encuentra en los prisioneros para ser liberados y conocer las cosas como son, es decir la verdad y el bien. Por ello, si alguien intentara hacérselo descubrir pondría en juego su vida: «¿Y no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?»

Esta reflexión, escrita aproximadamente en torno al año 380 a de C., siempre ha estado presente en la cultura. Pero, en la actualidad, mucho más. No se trata de una pantalla única, sino de que cada persona, cada prisionero atrapado en la caverna, tiene su propia pantalla. Byung-Chul Han, en su obra Infocràcia, afirma que estamos atrapados en una caverna digital. ¿Qué es sino la pantalla de los móviles? El régimen de la verdad ha sido substituido por el régimen de la información. Solo vemos lo que nos proyectan. En los viajes colectivos en metro o autobús, cada pasajero está inmerso en su pantalla, en su caverna digital, y tiene reparo en alzar la mirada más allá porque alguna cosa pudiera distraerle de la fantasía en la que se ha sumergido.

Cada semana aparece en el móvil un informe sobre el promedio de tiempo en pantalla que el usuario mira cada día: 2h 17m, 5h 35m, etc… Mucho más del que tenemos conciencia. Parece imposible. Incluso hace una comparación con la semana anterior e indica el tiempo de uso de cada programa. La tecnología ha conseguido hacernos pensar que somos libres cuando estamos en la caverna digital. No somos conscientes de nuestra realidad y ay quién se atreva a mostrarnos que somos prisioneros porque va a recibir todo tipo de insultos y descalificaciones. Estamos informados de mil asuntos, pero en el fondo no sabemos la verdad de casi ninguno de ellos.

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