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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
Jesús, rodeado de sus discípulos y de mucha más gente, sale de la ciudad cananea de Jericó (Mc 10,46-52). A la orilla del camino, está sentado un ciego que pide limosna. Se llama Bartimeo. Vive al margen del camino. La ceguera le paraliza y le impide recorrerlo. No obstante, oye que pasa Jesús y comienza a gritar, pidiendo que se compadezca de él. Le riñen para hacerlo callar, pero Bartimeo grita con más fuerza. Jesús se detiene y manda que lo traigan a su presencia. Lo introduce en el camino para iniciar su sanación. Al saberse llamado por Jesús, tira su capa, se levanta de golpe y acude ante el Maestro. Jesús sólo le pregunta: «¿Qué quieres que haga?» La respuesta, clara: «Rabuni, haz que vea.» Jesús dice: «Vete, tu fe te ha salvado.» La curación implica gozar de la visión y seguir a Jesús en el camino.
La ceguera le obliga a vivir de la limosna de los demás. Bartimeo no tiene vida propia. Vive en la periferia, a la orilla del camino. La presencia de Jesús le arranca el deseo de poner fin a su situación, pero las personas de su entorno consideran que es mejor que siga como siempre, sentado. Prefieren verlo ciego e inútil, que vidente y libre. Se trata de mantener el statu quo, la situación de toda la vida. Por esto le riñen y le mandan callar. Pero Jesús escucha el deseo esencial del corazón de Bartimeo. Lo manda llamar a su presencia, de este modo los que le reñían tienen que colaborar en su sanación. No basta curar al ciego, sino también hay que intervenir en su entorno. Se convierten en mensajeros de Jesús quienes antes impedían a Bartimeo acercarse al Maestro. La gente muestra una ceguera espiritual. Jesús está atento a todos los tipos de ceguera.
Siempre que Jesús actúa, levanta a la persona, la pone en pie, le proporciona autonomía. Así puede comenzar a gozar de la libertad, ya que sin ella el trabajo sobre sí mismo no tiene sentido. Bartimeo quiere ver. Así no tendrá que vivir de limosna, podrá ganar su sustento, recorrer los caminos y hacer su propia vida. Jesús no se atribuye el éxito de la conversión ni reclama la atención sobre sí. Reconoce que la curación depende de la fe del ciego. Antes Bartimeo seguía a su lazarillo o a las personas que lo guiaban. Siempre dependiente de los demás. Ahora, sigue a Jesús en el camino. Quizás se maravilla del paisaje, del cielo azul, de los árboles, de los rostros de los hombres que le rodean…, pero no se despista de lo esencial. Se trata de seguir a Jesús desde la libertad sin que nada lo distraiga. Su curación le permite introducirse en el camino y recorrerlo con esperanza. Ahora puede entregarse de lleno a su itinerario espiritual. Quienes le rodean también tendrán que cambiar su manera de pensar y aceptar su transformación. Queda atrás la imagen de persona dependiente y marginada. Jesús tiene un discípulo más.
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