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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
La narración sobre la torre de Babel (Gn 11,1-9) incluye en su mito una aspiración y un enunciado sin base histórica: “En tota la terra es parlava una sola llengua i es feien servir les mateixes paraules”. No creo que esta afirmación sea sostenible científicamente. Sus defensores reflejan una visión monolítica de la historia y de la cultura, a la vez que retratan una mentalidad uniformista muy alejada de la realidad. Existen personas y grupos que no admiten la diversidad lingüística y, en todo caso, la consideran como un castigo de Dios. La aspiración de algunos es que se hable una sola lengua que, como se puede imaginar, es la suya.
Pentecostés, como vivencia de Jesucristo y su Espíritu, presenta otros planteamientos. No hay reducción a una sola lengua, sino entendimiento y comunión entre todas: “¿No són galileus, tots aquests que parlen? Doncs com és que cada un de nosaltres els sentim en la nostra llengua materna?” (Act. 2,7-8). Lucas enumera a continuación gran cantidad de pueblos distintos. No hay imposición lingüística, sino respeto a la diversidad.
El castellano es la lengua hegemónica en España, pero existen intentos reiterados de sectores importantes y poderosos para convertirla en la única (el español). La obsesión de borrar el catalán del mapa se agudiza constantemente, tal como se observa en la Comunidad Valenciana y en las Islas Baleares. El último episodio que habla por sí solo: llamar aragonés oriental al catalán de la franja de Aragón. Si se aplica este mismo criterio al castellano, se rompe su unidad. Según esto, no sería verdad que el castellano sea la lengua materna de unos 358 millones de habitantes, ya que solo lo hablan unos nueve millones en Madrid y Castilla la Mancha. Unos ocho millones y medio hablan el andaluz. Poco más de un millón, el extremeño. Los tres millones de gallegos se reparten entre quienes hablan el gallego de la costa y el gallego oriental. Y así, hay quienes hablan el leonés central, el murciano… hasta llegar a latinoamérica, donde se habla el mejicano, el argentino, el chileno, el ecuatoriano, el venezolano, el cubano, etc. Los historiadores saben que los colonizadores españoles impusieron su lengua a sangre y fuego, con violencia y muerte, como suele ocurrir en la mayoría de lenguas predominantes. No por eso los paises latinoamericanos amenazan la unidad lingüística, y algunos motivos no les faltarían si aplicamos la lógica imperante en España, auspiciada –principalmente, pero no exclusivamente– por el PP. Una de las cosas más tristes en el panorama actual es el silencio de los académicos y del mundo de la cultura, que ven invadidas sus competencias por políticos sin escrúpulos, instalados en Babel. No han entendido ni la fuerza ni el sentido de Pentecostés.
Algunos creen que cuando alguien habla en catalán es para fastidiar a los demás y para hacerse el raro. En vez de buscar criterios de convivencia, se expresan sentimientos de menosprecio y conductas de persecución. Utilizan la narrativa de Babel. Lo deseable es que exista una sola lengua y lógicamente ésta debe ser el castellano. ¡Por favor! ¡Cómo iba a ser de otro modo! No hablo contra el castellano, que me parece una lengua magnífica y en la que he escrito más de un libro, sino contra la intolerancia hacia otras lenguas que algunos castellanoparlantes evidencian sin cesar. La última sentencia del Tribunal Supremo contra la inmersión lingüística es una prueba más.
Viktor E. Frankl, el creador de la logoterapia, escribió: “nadie puede decir que su lengua sea superior a las de los demás: en todas las lenguas puede el hombre acercarse a la verdad –a la única verdad- y en todas las lenguas puede equivocarse y hasta mentir”.
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