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Catalunya Religió

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(Josep Gordi –CR) A unos veinte minutos en barco de la ciudad francesa de Cannes aparece la isla de San Honorato que es propiedad de la comunidad cisterciense que vive y que toma el nombre del obispo de Arles que fundó el primer monasterio en el siglo V cuando estaba deshabitada. Se trata de una pequeña isla ya que apenas tiene tres kilómetros de perímetro y por la que no transitan coches, ni hay hoteles, sólo se escucha el sonido de las olas y el de las campanas del monasterio. Es un nuevo descubrimiento de la colección de artículos que ofrecemos desde Catalunya Religió sobre santuarios naturales.

Como sólo se puede acceder en barco, el trayecto entre el puerto de Cannes y el pequeño muelle de la isla de San Honorato se convierte en un tránsito entre dos mundos. Si te sitúas detrás del barco, observas cómo, poco a poco, la ciudad y todo lo que significa se va alejando. Cannes es el reino de la preocupación por el exterior, es decir, por cómo vamos vestidos, calzados o peinados y sus calles o paseos se convierten en un escaparate de la ostentación. Os he de confesar que nunca había visto tantas tiendas de ropa y complementos en una ciudad. En cambio, cuando llegas a la isla, te das cuenta, rápidamente, que hemos entrado en otro mundo donde la naturaleza y los cultivos son los principales elementos que configuran el paisaje.

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Un espacio que favorece la mirada interior

Nos adentramos en un territorio totalmente austero, casi desnudo, donde sólo hay dos grandes edificaciones: el monasterio y un restaurante. Después nos aparecen pequeñas capillas diferentes que están diseminadas por la isla. Por lo tanto, estamos en un espacio que favorece la mirada interior, sin prisas, sin publicidad o distracciones, sólo caminos entre bosques y viñedos o, recorriendo la rocosa costa, algún banco donde parar para contemplar el contraste entre la tierra y el mar, y nada más. Seguro que no hay nada más para serenarnos y tomar conciencia, desde el silencio y rodeados de naturaleza, de lo que realmente somos.

Para llegar a la isla del silencio hay que presentarse en la ciudad de Cannes y dirigirse hacia el puerto. Si venimos en coche al mismo puerto hay un gran aparcamiento. Al final del parking encontraremos las oficinas donde adquirir los billetes para visitar las islas de Lerins ya que junto a la de San Honorato está la de Santa Margarita. Cogemos la compañía Planaria que es propiedad de la abadía y que sólo hace el trayecto entre Cannes y la isla. Hay barcos, de ida y vuelta, cada hora.

Cuando desembarcamos atravesaremos la isla por el camino que nace del muelle. Con los billetes habremos recibido un sencillo díptico de la isla, donde aparece un plano que nos permitirá situarnos y movernos fácilmente por este pedazo de tierra. A lo largo de este primer tramo de paseo nos daremos cuenta de que los árboles y arbustos mediterráneos, como las encinas y los lentiscos forman pequeños bosques y que a cada lado nos aparecen viñedos.

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La isla tiene ocho hectáreas de viñedo cultivadas por los monjes que generan vinos de gran calidad y que son una de las fuentes de ingresos de la comunidad. Frente al mar nos aparece la capilla de San Pedro y en uno de sus muros cuelga un conjunto de preguntas escritas sobre piezas de madera, en francés e inglés, sobre la comunidad cisterciense y debajo están las respuestas. Un recurso sencillo y funcional.

Antes de visitar la iglesia del monasterio, la rodearemos, siguiendo la costa. Esta opción nos permitirá disfrutar de la antigua torre fortificada y del rocoso litoral hasta llegar a la capilla de la Trinidad, situada en uno de los extremos de la isla. A lo largo de este paseo conviene distraerse ante lo que el camino nos van ofreciendo y maravillarnos con el sonido de las olas o encantarnos al oír los toques de las campanas y pararnos donde deseamos, y adentrarnos en el santo curiosear que nos permite, desde el silencio y la quietud, darnos cuenta de lo que hay detrás de todo lo que nuestros ojos observan y nuestros oídos escuchan. Tranquilamente seguiremos por el camino que recorre la costa hasta encontrar un sendero que vuelve a atravesar la isla y que nos llevará hacia el monasterio.

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La fuerza de la oración

Después de muchas vicisitudes históricas desde la primera llegada de un religioso en una isla desierta a lo largo del siglo V, en 1859 el obispo de Frejus compra la isla y diez años más tarde se instala una comunidad cisterciense que todavía permanece. En un primer momento, se dedicó a reconstruir un monasterio que había sido abandonado y se encontraba en un estado ruinoso. De la época medieval sólo se conserva el claustro, algunas dependencias y la torre de defensa. La iglesia actual es de una gran austeridad, tal como corresponde a los cánones cistercienses y se puede visitar de las 10.30 a las 17h, excepto cuando se celebra la misa. También se puede participar en algunas de las oraciones de la comunidad o pedir acogida en la hospedería.

La oración es un elemento muy importante de la vida monástica. Cuando reza la comunidad busca la comunión con Dios a partir la alabanza, del agradecimiento por la vida y la creación o de la compasión hacia los más desfavorecidos. Por lo tanto, ya sea sentados en uno de los bancos de la iglesia o en uno de los situados frente al mar, se puede sentir el latido de la oración por toda la isla. En estos tiempos de pandemia, de incertidumbres, de cambios... caminar por un espacio que, desde hace siglos, vibra con la fuerza de la oración que, no olvidemos, se dirige a toda la humanidad, seguro que nos puede ayudar a mirar adentro, hacia nuestro corazón y nuestra alma para tomar conciencia de lo que hay más allá de las olas, los bosques y los viñedos y que nos invita a trabajar por esta casa común.

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