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Reflexions estiuenques
Reflexions estiuenques

Como dijimos en una publicación anterior, en los próximos días trataremos la parte más cotidiana de la liturgia: preparar bien las celebraciones, cuidar a nuestra comunidad y ser testigos de fe en nuestro día a día.

Queremos compartir con vosotros unas reflexiones que Joaquim Gomis publicó en Misa Dominical en relación a nuestras comunidades. A pesar de que fueron escritas hace tiempo, creemos que son válidas en la actualidad y aplicables a cualquier persona que prepare las celebraciones litúrgicas habitualmente.

¿La gente?

Leyendo el resumen de una sesión que organizamos en el Centre de Pastoral Litúrgica sobre la problemática de la misa dominical, encuentro una expresión bastante repetida: «la gente… (la gente llega tarde, la gente no está preparada, la gente…)». No es, ciertamente, una exclusiva de este resumen (de estas sesiones). Es, me parece, una expresión muy típica, muy habitual, en este tipo de reuniones. Basta haber asistido, por ejemplo, a la reunión de algún equipo o comisión de liturgia parroquial para atestiguarlo: también allí se repite que «la gente eso…, la gente aquello…».

No trato de maximizar la expresión. Es muy comprensible que la usemos. Pero me atrevería a proponer una reflexión estival sobre un posible riesgo que puede haber bajo esta expresión. El riesgo de olvidar que tras este colectivo de «la gente» se esconde una pluralidad concreta, real, de personas singulares y distintas. Que la misión de la Iglesia –por voluntad del Señor– no tiene como objetivo a «la gente» sino a este hombre, aquella mujer, este joven, aquel niño… O que si bien la celebración dominical reúne a una asamblea, no es «la gente» la que la forma sino Pedrito, el señor José, Marina, Montserrat, Gerardo, etc. Cada uno con su nombre, su vida, su historia, sus cualidades y defectos.

Un amigo sacerdote fue trasladado de X a Z. X era una parroquia con notable asistencia dominical, con un templo grande en el que el presidente de la Eucaristía queda allí arriba, lejos. Z es una parroquia no menos numerosa pero con mucha menos asistencia dominical, con un local/iglesia de reducidas dimensiones, en donde el presidente está cercano y casi al mismo nivel que los asistentes. Mi amigo comentaba: «Antes tenía la impresión de celebrar ante un público informe; tenía la sensación de que mis palabras planeaban sobre una multitud de cabezas sin rostro; ahora veo rostros, casi siento la reacción, yo mismo me noto copartícipe en algo común».

Sin duda es justa su diversa reacción, pero lo que ha cambiado es su situación. Porque «la gente» que tenía delante en la otra parroquia, en la iglesia grande, también tenía cada uno su rostro, sus reacciones. Era él quien no las veía, quien no las sentía.

Joaquim Gomis

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