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De acuerdo, uno puede preguntar: ¿Qué es un "credencia"? ¿Sirve para "acceder al credo"? ... Yo tampoco sabía nada hasta que no me puse a reformar iglesias. La credencia es un pequeño mueble, a modo de mesita auxiliar, donde se disponen las "especies" (el pan y el vino) antes de ser consagrados en una eucaristía. Este mueble suele estar en uno de los límites del "presbiterio", el lugar elevado donde está el altar, el ambón y la silla del cura, también llamada "sede". Presbiterio, en griego, significa "lugar de los ancianos" y de ahí deriva también, por ejemplo, la palabra priest, "cura" en inglés.

Que el presbiterio sea el lugar de los ancianos, en una iglesia envejecida como la nuestra, no deja de ser significativo. Valga como ejemplo la experiencia vivida este pasado domingo en una localidad de la Costa Brava. Fui a misa de las 9 de la mañana y la celebración se hacía en la "capilla del santísimo", una capilla de estilo neoclásico de dimensiones considerables adosada perpendicularmente a la hermosa nave gótica del templo, como tan a menudo nos encontramos en las parroquias de poblaciones antes numerosas.

En este caso, el eje principal de la capilla del santísimo está alineado con el acceso lateral del templo, que suele ser el acceso más habitual en esta población, por lo que, sólo entrar, uno ya ve, iluminada al otro lado de la oscura nave principal, el altar y el retablo dorado con la imagen de la Piedad y el Tabernáculo. Esta vez, sin embargo, había un "elemento" extraño: la imagen del cura sentado en una silla de ruedas eléctrica, recubierta también por los vestidos litúrgicos, esperando comenzar la celebración en un primer plano. El hombre estaba situado delante y al mismo nivel del altar, en una plataforma de madera, con una rampa también de madera delante para poder llegar con la silla eléctrica. Como el altar de piedra está pensado para oficiar allí de pie y, por tanto, era demasiado alto, el cura había transformado el mueble de la credencia en un altarcito provisional, recubierto con manto blanco y lleno de todos los utensilios necesarios para la celebración, y lo había puesto delante. Todo ello resultaba entrañable y curioso.

De la experiencia me llevo un par de reflexiones. La primera es sobre la idoneidad del mobiliario litúrgico. Los primeros altares, los de las "domus ecclesiae", es decir, los lugares de reunión de los cristianos antes de que el cristianismo fuera una religión oficial, eran portátiles y de pequeñas dimensiones. Muy parecidas a lo que hoy entendemos como credencia. Primaba más la idea de "mesa" que la de "ara sacrificial". Por eso decían de los primeros cristianos que eran ateos, porque no tenían templos ni altares. Con el paso del tiempo, el altar ha convertido en un "lugar litúrgico" y, más aún, es el elemento mobiliario lo que determina el carácter sagrado del lugar. Sin altar visible no hay iglesia, al menos así se percibe en iglesias desacralizadas o bien con usos múltiples no litúrgicos que retiran el altar. Si la dinámica de envejecimiento de los presbíteros sigue como hasta ahora, poco a poco irán apareciendo altares-monumento sin uso y nuevas "mesas auxiliares" que cumplirán el uso de los anteriores.

La segunda reflexión es sobre la necesidad de hacer presbiterios accesibles. Hasta ahora, la normativa dice que el altar, y también la sede y el ambón, deben tener un lugar ancho en su entorno. Lo que no contempla la normativa es que se pueda insertar un circunferencia de 1,5m de diámetro para el giro de sillas de ruedas; o que haya rampas con pendientes inferiores al 10%; o barandillas, etc. Cabe decir que nuestros presbiterios son bastante inaccesibles, tanto para los presidentes de las celebraciones litúrgicas como para los fieles que participan, que también tienen una edad. Parece que el leitmotiv de la "actuosa participatio" del Concilio Vaticano II ha llevado a construir presbiterios más bajos y más cercanos a la feligresía pero, también, evitar el frontal de escalinatas y tratar de incorporar rampas; como es el caso de las recientes iglesias Saint-Jaqcques de la Lande y del Iesu; los arquitectos Álvaro Siza y Rafael Moneo respectivamente. (Imagen abajo)

Hacer un templo accesible es, en definitiva, hacer un lugar atento a aquellos que el Papa Francisco llama los "descartados" en un espacio presidido, precisamente, por "la piedra que rechazaron los constructores y ahora corona el edificio" (1Pe 2,8)

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