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He leído íntegro el texto de Viganò. Me ha dejado profundamente dolido, abrumado ante tanta miseria. No me basta que me digan que forma parte de una guerra en el interior de la Iglesia, aunque hay guerra, obviamente. Pero no es cosa de nuestros días. Estas guerras las ha habido siempre. Desde los inicios de la cristiandad: el llamado Concilio de Jerusalén hacia el año 50 de nuestra era, hasta la renuncia de Benedicto XVI y, ahora, el acoso al papa Francisco.

La carta de Viganò rezuma rencor, revanchismo y todo lo que se quiera. Pero resulta muy difícil defender que todo lo que en ella se dice sea falso. Pero no quiero entrar en ese tema ahora que daría para mucho. Me limito, en estas líneas, urgidas por el dolor, a dos cosas. La primera, y muy breve, para decir que hay que separar la homosexualidad de la pederastia. Hay pederastas entre los homosexuales y entre los heterosexuales, entre los solteros y los casados, entre los jóvenes y los mayores. La Iglesia tiene aquí un frente que haría bien en abordar con determinación e inteligencia. Es labor de más de una generación.

La segunda cosa para recordar, cómo el papa Francisco, en la reciente carta al pueblo de Dios, habla de una cultura y creo que también de una civilización. Por ahí creo que debe ir la imprescindible investigación dentro de la Iglesia. Me limito, hoy, aquí, exclusivamente, al tema de la homosexualidad.

El fondo del problema, al menos uno de los fondos que exigen atención continuada, reside en una cultura en la Iglesia que, dicho escuetamente, magnifica el dolor y condena el placer, particularmente el placer sexual. No tanto que busque el dolor por el dolor (aunque hubo doctrinas y actitudes en el pasado que buscaban el martirio, y todavía en la actualidad “sufrir con resignación”, compartiendo los dolores de Jesús en la cruz, aparece como una virtud cristiana) pues, por ejemplo, se aceptan los cuidados paliativos, incluso si aceleran la muerte (mientras no se la busque directamente, dicen no pocos). Pero no conozco documento oficial alguno de la Iglesia Católica que diga que el placer sexual sea bueno en sí mismo considerado, como tal placer sexual. Si existe tal documento agradecería conocerlo. Más bien se dice lo contrario. Hay como una sospecha (se pierde el control de la razón en el coito, se arguye) de que, a fin de cuentas, el acto sexual debe estar encaminado a la procreación, siendo falta grave impedirlo por medios artificiales. Ahí está Humanae Vitae para corroborarlo. 50 años después.

La homosexualidad

Pienso que es en esta cultura que, primero la homosexualidad y ahora la practica sexual de la homosexualidad, es considerada como intrínsecamente perversa, luego necesitada de ayuda psiquiátrica (u otra) para domesticar la tendencia (al parecer natural) a la relación sexual entre personas del mismo sexo. Incluso, parece ser que, en personas heterosexuales, según sus circunstancias vitales pueden desear tener relaciones sexuales completas con personas del mismo sexo. Pienso en las cárceles, separadas por el sexo de los reclusos. Pienso en los (escasos) seminarios en occidente, en los conventos unisex, de hombre y mujeres. Personalmente, hoy en día, no veo problema alguno en la práctica sexual homosexual, con más limitación que la que debe presidir toda relación, sexual o de otro orden, entre dos personas donde debe primar el respeto al “otro”, y obviamente su acuerdo para tal relación.

He de confesar que para llegar a esta convicción han debido pasar muchos años, leer muchas cosas, conocer la vida pública de no pocos homosexuales (hombre y mujeres) para dejar de ver en ellos, para superar, lo que de crio me transmitieron: que eran unos desviados sexuales a los que se les tachaba de maricones y tortilleras.

Hace un rato, como todos los días, he recibido online el diario Le Monde” al que estoy suscrito. Dedica el editorial al tema que aquí nos ocupa con este titular muy significativo: “Contrición pontifical: demasiado poco, demasiado tarde”. De su contenido entresaco estas frases: “Elegido papa en 2013, Francisco surgió como una de las últimas figuras susceptibles de tener un discurso moral de alcance universal sobre los principales problemas actuales. Sus declaraciones que denuncian la inhumanidad del tratamiento de los migrantes, el poder del dinero y los estragos del calentamiento global han dado lugar a esta esperanza (…)”. Actualmente “las medidas tomadas para prevenir el abuso del clero se limitan a unos pocos países occidentales; nada parece haberse previsto en las diócesis de África o Asia. Mientras esta reforma no esté realmente comprometida, en un esfuerzo decidido de transparencia, el Papa Francisco será privado de su magisterio moral”.

Me gustaría matizar la última frase de Le Monde, pero será, quizá, en otra ocasión. No quiero que la actualidad me desvié demasiado de lo que llevo entre manos. Pero el tema de la pederastia, mucho más que el de la homosexualidad a mi juicio, insisto en ello, exige atención urgente en la Iglesia. Pero el tema, si nos tomamos en serie que estamos ante un tema cultural, si no de civilización, afecta a la sociedad de nuestros días. Aunque esto no debe servir de paraguas, menos aún de ventilador, para abordar, con rigor y vigor, un tema lacerante, el de la pederastia en el clero de nuestra Iglesia. Se lo debemos a los niños, niñas y menores que antes, hoy y mañana, están en su derredor. Así como a la gran mayoría del clero que vive, injustamente, bajo la sospecha.

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