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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

El papa Francisco acaba de reformular el artículo 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica sobre la pena de muerte. Antes, dicho artículo era altamente restrictivo, pero dejaba alguna rendija abierta: “La Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas”. Ahora, en el nuevo redactado resulta inadmisible: “la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que «la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona», y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo”. En la carta, fechada en el 1 de agosto de 2018, Mons. Lagaria comunica y razona este cambio, que ha caído como fruta madura tras las posiciones de los últimos papas sobre esta cuestión.

Hace años, tuve la oportunidad de entrevistar en Roma a la hermana Helen Prejean, activista contra la pena capital y famosa porque su caso dio origen a la película “Pena de muerte”, dirigida por Tim Robbins y protagonizada por Susan Sarandon en el papel de la religiosa católica. Su convicción y entusiasmo agudizaron mi sensibilidad por el tema. El quinto mandamiento es totalmente explícito: “no matarás”. El evangelio de Jesús no va en otra dirección. No obstante, la cultura imperante a menudo ha dificultado una auténtica comprensión de la Buena Noticia. La filosofía aristotélica, según la cual la persona es un elemento de la sociedad, puede servir de justificante a la pena de muerte. Todo se reduciría al equivalente de amputar un brazo o un pie. La pérdida beneficia el cuerpo social. La vida humana es secundaria. De este modo se olvida “la inviolabilidad y la dignidad de la persona”.

Para los cristianos, la formulación del papa Francisco no deja lugar a dudas. Pero no se reduce a un tema doctrinal. Va más allá. Apunta a un compromiso determinado para abolirla en todo el mundo. Queda mucho trabajo por hacer.

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