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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

La vida religiosa, en muchos países occidentales y en bastantes de sus institutos, está viviendo un desplome por falta de vocaciones. Las residencias de personas mayores se van llenando al mismo tiempo que los seminarios están gradualmente más vacíos. No es característica exclusiva suya. La sociedad está viviendo un fenómeno parecido de manera que la pirámide de población se invierte. Escasa natalidad frente a un envejecimiento creciente. La vida religiosa no puede prescindir de la óptica de la fe para entender lo que pasa. La narración de Jn 20,11-18 proporciona unas claves que pueden iluminar la situación actual. El proceso de María Magdalena sirve de paradigma.

Primero, la nostalgia del pasado. María está junto al sepulcro llorando. Vive con dolor el duelo de la muerte de Jesús. Está desconcertada porque busca un cadáver y encuentra un vacío. Sus lágrimas reflejan nostalgia de una presencia que se ha tornado ausencia. Nada es como antes. La pasión y muerte han marcado un punto de inflexión. Su mirada está centrada en la tumba. No sabe ver otra cosa. La muerte es el único horizonte. Está tan ensimismada que cuando ve a los ángeles no es capaz de preguntarles por el paradero de Jesús. Solo puede verbalizar su sufrimiento, su desorientación, su pérdida. Actitud muy autorreferencial. Cuando alguien se retuerce de dolor, se contrae sobre sí mismo.

Segundo, la nueva presencia. Solo cuando María deja de mirar a la tumba, descubre a una persona que cree que es el hortelano. Este le formula la misma pregunta que los ángeles le habían expresado poco antes, pero añade un nuevo contenido: «A quién buscas.» Tiene delante a quien busca, pero no sabe reconocerlo. Todavía una vez más mira hacia la tumba. Al oír de la boca de Jesús que le llama por su nombre, se vuelve de nuevo y le responde: «Maestro.» Si los ojos están fijos en el pasado, no se es capaz de descubrir la novedad de Jesús resucitado. Hay que saber leer los nuevos signos con una mirada nueva. Se puede estar delante de lo que se quiere y no saber verlo. Las lágrimas pueden impedir ver con nitidez la nueva presencia.

Tercero, la nueva misión. Maria repite los esquemas del pasado. Quiere retener a Jesús, hablar largamente con él pero la resurrección implica un modo de transformar las relaciones. Se pasa de los ojos de la carne a la mirada de la fe. Es el tiempo de una nueva misión. No se trata de repetir las enseñanzas de Jesús, como cuando predicaba por los pueblos y se reunía con sus discípulos. Le confía una misión: anunciar a sus hermanos un mensaje como testigo de una experiencia personal. No es tiempo para tareas y actividades, sino tiempo de misión en salida hacia los demás. No le avala su formación académica, sino su testimonio. Parte de lo que ha visto y oído en relación con Jesús resucitado. Lágrimas atrás y ojos bien abiertos.

¿No estará la vida religiosa llamada a experimentar la misma evolución que María Magdalena ante la tumba de Jesús? Dejar la nostalgia del pasado, abrirse a las nuevas presencias y comprometerse en la nueva misión.

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