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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Ser una víctima, en general, implica sufrir un daño por culpa ajena o causa fortuita. El diccionario es preciso en su definición. Desde la perspectiva del derecho, se considera víctima una «persona que padece las consecuencias dañosas de un delito», por tanto de un quebrantamiento de la ley. Los abusos sexuales sobre menores responden a este concepto. Las estadísticas son preocupantes, pero la luz de los focos muy pocas veces apunta al porcentaje ampliamente mayoritario: el ámbito familiar. No obstante, la sensibilidad sobre este drama está aumentado, aunque de manera sectorial.

Hablar con una víctima de abusos sexuales resulta una experiencia dolorosa y profunda. Se empatiza con el sufrimiento experimentado. El abuso es una interferencia en el proceso evolutivo de una persona. Se distorsionan en ella realidades íntimas, que abocan a un caos interior. Cuando esto sucede, la sanación es un objetivo prioritario, que exige tres requisitos básicos: verdad, amor y libertad.

El primero es la verdad. La confusión interior, los sentimientos heridos, los vínculos emocionales, si existen, con la persona agresora, el relato de los hechos… deben ser vistos a la luz de la verdad. Sin tapujos. Sin adornos estériles. Para comprender lo vivido. Sin victimismos. El silencio, la vergüenza, tienen un precio muy destructivo. En vez de resolverlo, el problema se interioriza y se hunde en las raíces, a veces inconscientes. El autorechazo puede ser tan grande que se pierde la conciencia de lo ocurrido. Se transforma en un río de aguas subterráneas. No se ven, pero actúan. En ese caso, pueden tender a la repetición en otros de lo sufrido en sí mismo.

Abrirse a la verdad ante personas de confianza, sabiendo acaso que la confianza ha recibido una herida profunda. Cuando la palabra esté más cerca del momento del abuso, menores serán las secuelas. Intervenir en caliente impide que las urdimbres afectivas se deterioren más allá de lo previsto. La verdad cuesta reconocerla y decirla, parece que se rompe el corazón, pero abre una grieta de libertad y un horizonte de esperanza. Exige un proceso de duelo. No conviene aplazarlo ni menospreciar su calado. La verdad está vinculada a la dignidad de la persona.

Cada uno sabrá cómo decir su verdad, sin que nadie la utilice para intereses ajenos al bien de la víctima, que jamás debe ser convertida en arma arrojadiza. La justicia tiene su función. La terapia, la psicología, la educación… también la suya. Cada uno sabrá en qué nivel desea intervenir para sanar. Sea cual sea el camino escogido, en todos ellos la verdad tiene que ser el primer paso.

El mayor perjuicio contra las auténticas víctimas lo pueden causar las falsas víctimas. Víctimas que, por intereses inconfesables, crematísticos o de otra índole, construyen relatos que no se ajustan a la verdad. En tiempos revueltos todo es posible y hay que saber discernir.

Primer paso, romper el silencio desde la verdad.

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