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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Lucía Caram y Teresa Forcadas no son las únicas monjas que están bajo la luz de los focos. Sí, las que más. Las dos tienen importantes elementos en común, pero presentan diferencias sustanciales. La inmediatez de las últimas elecciones disparó su proyección en un ambiente polémico. La prestigiosa revista “Vida Nueva” me pidió opinión sobre este tema formulando la siguiente pregunta: ¿Pueden los consagrados/as meterse en política, apoyando opciones ideológicas concretas de algún partido? Mi respuesta publicada fue la siguiente: “¿Qué significa meterse en política? Los programas no son neutros. ¿Cabe situarse ante ellos con indiferencia? ¿Cabe el silencio ante derechos humanos conculcados y ante las víctimas? Tres criterios básicos: fidelidad a la propia conciencia, discernimiento personal y comunitario según el carisma y la vocación recibida, y denuncia profética y constructiva ante el abuso del poder sin entrar ni en su juego ni en su seducción. En síntesis, seguir aquí y ahora a Jesús a la luz del Evangelio y obrar de modo que nada ni nadie se anteponga al amor de Cristo.”

Creo que es un acierto que no se haya aplicado mecánicamente el derecho canónico sino que se haya abierto un clima de escucha y discernimiento. La ética existencial formal de Karl Rahner me parece mucho más apropiada, ya que se centra en descubrir la voluntad de Dios en cada situación con ayuda de las normas pero más allá de ellas. Por otra parte, la instrucción Verbi Sponsa, que trata de la clausura entre otros puntos, está en revisión.

Me llama la atención que personas y grupos, unos pertenecientes a la Iglesia y otros ajenos a ella, critiquen su comportamiento apelando a que son monjas, que son contemplativas, que tendrían que observar la clausura, etc. ¿Les preocupa su vida de oración, su vida comunitaria en fraternidad…? No. Utilizan estos argumentos para acallarlas, porque no les gusta lo que son y lo que dicen. Como mujeres y como independientes, despiertan filias y fobias. Sus denuncias sociales son acogidas de manera desigual. Por ejemplo, Lucía Caram, proclamada recientemente Catalana del Año, impulsa una acción social que, en la actualidad, responde a emergencias graves. Como critica al gobierno del Estado, los partidos de derechas quieren acallarla. También, grupos de izquierda desean silenciarla porque piensan que la acción social es su patrimonio particular, cuando las comunidades cristianas, sin buscar réditos políticos, están a la vanguardia del compromiso. Grupúsculos diversos presionan a las autoridades eclesiales a través de informes. Su objetivo: hacerlas desaparecer del escenario. Hay quien también desea mantenerlas en él buscando su conveniencia. Ni los grupos que tienen detrás les dan más razón, ni los que tienen enfrente se la quitan.

Cualquier discernimiento que sea serio no puede plegarse a estos intereses espurios. Caminar sobre el alambre del funámbulo es arriesgado, pero es su opción. Muy distinta en los dos casos. En Lucía, la acción social. En Teresa, la militancia política.

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