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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

Jesús empieza a tener sus discípulos. No hay propuesta doctrinal ni proyecto. Son hombres, como Andrés y Pedro, que ven dónde vive y se quedan con él. Se encuentra al día siguiente con Felipe, que era de Betsaida, la misma ciudad que los dos anteriores, y le dice: «Sígueme» (Jn 1,45-51). Felipe se encuentra a su vez con Natanael y le cuenta su experiencia: «Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y también los profetas: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.» Felipe le relata su experiencia y el significado de la misma. Además, habla con mentalidad de grupo. Ha escuchado una llamada personal que adquiere su dimensión colectiva. Natanael no se deja llevar por el entusiasmo de Felipe y se agarra a sus prejuicios: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» Abandona la experiencia para acudir a la ideología. Propicia un debate, pero Felipe no cae en la trampa. Le remite de nuevo a la experiencia: «Ven y lo verás.» Nada de entrar al trapo. No conduce a ninguna parte. Sólo la experiencia y el encuentro con Jesús podrán abrirle los ojos. Natanael se pone en camino. Cuando están uno frente al otro, tras las primeras palabras de Jesús, Natanael, extrañado, le pregunta: ¿De qué me conoces? Jesús le responde: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Natanael se descubre con una confesión insospechada: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.»

En este fragmento, de una densidad extraordinaria, se ponen en evidencia una serie de temas relacionados con el encuentro con Jesús. El núcleo de la transformación parte de la experiencia: ver, vivir, estar con él. Para ello, hay que ponerse en camino, vencer la fuerza de los prejuicios, abandonar el terreno de las ideologías. Cuando se ha descubierto a una persona que te toca el corazón, sólo queda vivir la relación, comunicarla a los demás y contagiarla, como hace Felipe. Ante las objeciones de Natanael, se remite a la experiencia: «Ven y lo verás.» No hay argumentación racional, ni discursos elaborados. Tampoco se indigna porque su experiencia quede cuestionada. Sólo haciendo lo que Felipe ha vivido, es decir, ponerse en camino y abrir los ojos, Natanael podrá llegar a la misma conclusión. Se puede invitar a vivir una experiencia, pero no se puede vivir por los demás. Cada uno tiene que experimentar en sus carnes su propio itinerario y su propia comprensión de la realidad. Cara a cara con Jesús. Los prejuicios se desmoronan y el encuentro llega a la máxima intensidad. Se cambia la vida.

Para que un grupo sea posible, hace falta encontrar el núcleo integrador, Jesús, y hablar a los demás desde la propia experiencia, sin la cual el aprendizaje sería un puro acto intelectual. Ver, mirar, fijarse… son actitudes y conductas que adquieren gran relevancia y que muestran una conciencia tan despierta como activa.

Grupos

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