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El pasado curso hice un hallazgo muy interesante que me ha dado que pensar. Haciendo la reforma del templo parroquial de San Juan Bautista de Reus pude visitar el columbario (lugar donde depositar las cenizas de los difuntos) que hay situado bajo la Capilla del Santísimo, con acceso libre entre uno de los laterales del templo y una pared medianera ( noticia). De hecho, según entendí, era gracias al alquiler de este espacio a la empresa que había puesto el columbario que se pudo llevar a cabo la reforma del templo.

El espacio en cuestión, aunque se presenta en la web de la empresa como un espacio cálido para que las cenizas se depositan en un cuadrante de una pintura de temática religiosa, creo que no está bien pensado y resulta más bien aséptico y frío. No hay ningún asiento, el espacio no invita a la oración, no se puede realizar ninguna actividad devocional como poner una vela o unas flores, no hay ningún libro de oraciones o una Biblia, etc. La identidad personal, un rasgo fundamental del credo ("Creo en la resurrección de la carne"), queda difuminada en el mural cerámico. Si lo comparamos, por ejemplo, con las imágenes del proyecto de columbario del Barça vemos que este espacio es más significativo y está mejor pensado. Como ejemplo a imitar tenemos la tarea llevada a cabo por el arquitecto alemán Tobias Klodwig, que participó como ponente en las Jornadas Internacionales sobre Patrimonio Sacro del COAC el pasado mes de diciembre, donde presentó la iglesia-columbario de nueva planta construida en Osnabrük (imagen inferior).

Por la parte de la teología, en el ensayo "Dios vive en la ciudad" (Carlos María Galli) se ofrece una reflexión pastoral muy acertada respecto a los columbarios que me permito copiar aquí:

"Una nueva evangelización desde y para el pueblo urbano reclama una mayor presencia física, espiritual y simbólica en los barrios por medio de una nueva encarnación de la institución parroquial que responda a las inquietudes espirituales. Un ejemplo es la pastoral de los cinerarios, iniciada en la parróquia de Santa Ana de Glew (Argentina, 1997), que ya tine más de dos mil quinientos difuntos. Son bóvedas construidas en jardines , atrios o patios de templos en las que se dipositan las cenizas mediante una celebración comunitaria de las exequias, junto con las famílias, a las que se acompaña con el consuelo esperanzado y una predicación kerigmática. Esto favorece la acogida cordial en medio del dolor; una nueva vivencia cristiana ante la secularización del morir y la muerte; un original espaio sagrado - el Camp Santo - en medio del barrio." (Pàgs. 227-228)

Recientemente se ha tomado como un hecho común, incluso en familias católicas, el esparcimiento de las cenizas de los difuntos en un ambiente natural. Esto ha provocado ciertos conflictos (ver enlaces) y la reacción de la Conferencia Episcopal Italiana que, en la nueva edición del Rito de las exequias del 2012 decía: "Aunque algunas legislaciones permiten esparcir las cenizas en la naturaleza o conservarlas en lugares diversos del cementerio, estas prácticas producen no pocas perplejidades sobre su plena coherencia con la fe cristiana, sobre todo cuando remiten a concepciones panteístas o naturalistas ". Quizá ha llegado la hora de sacar provecho pastoral de algunos edificios sacros sin uso y reformarlos para posibilitar una pastoral que acompañe a las personas en el momento de la muerte reconvirtiéndose en iglesias-columbario como ya hacen en alemania.

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