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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa

El Punt Avui del jueves 26 de febrero dedicó las páginas 24 y 25 a “Las órdenes religiosas pierden su autonomía”. Los titulares de dos artículos complementarios eran: “Los maristes descartan el Estado y se unen con otros países” (Mireia Rourera) y “Los Maristes ya han desconectado” (Carles Sabaté). Ambos titulares no reflejan la realidad ni el proceso seguido, así como tampoco se desprenden del contenido de los artículos. Un juicio histórico fácilmente resulta erróneo cuando se valora el pasado a partir del prisma actual. Antes del año 2000, no había los planteamientos políticos actuales. El artículo central hace referencia a las llamadas reestructuraciones de las provincias canónicas. En determinados casos, esto implica que el gobierno y la curia provinciales se trasladen a otros lugares. Decisiones no menores porque pueden afectar a la pastoral específica. El hecho presenta una notable complejidad. Como mandé una carta al diario El Punt Avui y no la han publicado, quiero hacer llegar a través de este blog mis reflexiones para desmentir pretendidas intenciones y para ilustrar un mejor conocimiento sobre los criterios de reestructuración. Cuando un instituto religioso toma una decisión como colectivo, las motivaciones pueden ser muchas y variadas, pero la fundamental apunta a encontrar una solución institucional y eclesial.

La reestructuración en el Instituto marista empezó hace más de 20 años. El Capítulo general de 1993 dio un mandato al hermano Superior general y a su consejo de estudiar y reorganizar, si fuera el caso, las provincias para garantizar su viabilidad y su vitalidad. El Consejo general preparó el 1997 un esquema por continentes considerando la realidad de cada país. Al año 1998, se celebró una reunión en Roma con dos representantes de curias provinciales y distritos de Europa. Las reuniones se siguieron en varios formatos. En Lisboa, se aceptaron dos criterios: a) la internacionalidad (una provincia podría abarcar varios países); y b) solidaridad (buscar soluciones satisfactorias para todo el mundo). El Consejo general propuso varias fórmulas que fueron enviadas a las provincias para su reflexión y estudio. El Superior general, en 2001, firmó la decisión de la creación de las nuevas provincias.

España tenía siete provincias maristas, una de las cuales era Cataluña. En el nuevo modelo, se creó la Provincia del Hermitage, que reúne Cataluña, Francia, Grecia, Hungría, Suiza y Argelia. Sus inicios se remontan al 1 de agosto de 2003. Hay que recordar que el Instituto marista tiene los orígenes en Francia, por eso se consideró que la nueva Provincia recibiera el nombre del Hermitage, que la curia provincial estuviera en Lyon en vez de Barcelona y que el francés y el catalán fueran sus lenguas oficiales, manteniendo en el ámbito educativo y pastoral además otros lenguas de uso como el griego, el húngaro, el castellano y el árabe. El primer provincial fue un catalán y el vicario provincial un francés. Ahora sucede al revés. El provincial es francés y el vicario provincial catalán.

En resumen: a) la decisión correspondió al Superior general y a su consejo y no a los maristas de Cataluña, que mantuvimos una actitud abierta, dialogante y disponible a realizar otras combinaciones; b) la reestructuración tuvo carácter internacional, como sucede con la mayoría de provincias maristas de todo el mundo; c) las relaciones con otras provincias presentes en España se mantienen especialmente a través de organismos diversos de animación, de formación y de gestión; d) los maristas estamos en plena comunión con los otros institutos religiosos y respetamos las diversas soluciones que han adoptado, entendiendo que cada cual busca la mejor solución a su alcance; f) el proyecto fundacional de Marcelino Champagnat tiene como característica la universalidad. Afirmó: “Todas las diócesis del mundo entran en nuestros proyectos”, un criterio que no es político sino eclesial; g) el arraigo en cada país con presencia marista es una prioridad, puesto que la evangelización y la educación exigen amor y compromiso con las personas, especialmente las más desatendidas, que viven en un lugar concreto, en nuestro caso Cataluña, con su identidad, cultura, lengua, y con sus necesidades personales y colectivas.

Lluís Serra Llansana

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