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Domingo XX del tiempo ordinario. Ciclo A
Barcelona, ​​17 de agosto de 2014

Cuando hacia los años 80 del siglo primero, Mateo escribe su evangelio, tiene planteada una grave cuestión.
– ¿Qué deben hacer los seguidores de Jesús?
– ¿Cerrarse en el marco del pueblo judío o abrirse también a los paganos?
Jesús solo había actuado dentro de las fronteras de Israel.
Ejecutado rápidamente por dirigentes del Templo, no había podido hacer nada más.

Pero rastreando en su vida, los discípulos recordaron dos cosas muy iluminadoras:
Primero: Jesús era capaz de descubrir entre los paganos una fe más grande que entre sus propios seguidores.
Y segundo: Jesús no había reservado su compasión solo para los judíos. El Dios de la compasión es de todos.

La escena que nos plantea el evangelio de hoy es muy conmovedora.
Una mujer sale al encuentro de Jesús.
Esta mujer no pertenece al pueblo judío, el pueblo elegido. Es pagana.
Proviene del mismo pueblo de los cananeos que tanto habían luchado contra los judíos, contra Israel.
Es una mujer sola y sin nombre.
No tiene marido ni hermanos que la defiendan. Tal vez es madre soltera, viuda o ha sido abandonada por los suyos.
Mateo solo destaca una cosa: su fe.

Es la primera mujer que habla en su evangelio. Toda su vida se resume en un grito que expresa su desgracia.
Viene detrás de los discípulos gritando.
No se detiene ante el silencio de Jesús ni el malestar de los discípulos.
La desgracia de su hija poseída por un demonio muy malo se ha convertido en su propio dolor: "Señor, ten compasión de mí!"
En un momento determinado, la mujer llega al grupo del maestro
– detiene Jesús
– se arrodilla y le dice: "Señor, ayúdame!"

No acepta las explicaciones de Jesús dedicado a su trabajo dentro de Israel.
No acepta la exclusión
– étnica
– política
– religiosa
– y de sexos en que se encuentran tantas y tantas mujeres sufriendo en su soledad y marginación.
Es entonces cuando Jesús se manifiesta en toda su humildad y grandeza, y le dice:
"¡Mujer, qué grande es tu fe! Hágase como quieres".

La mujer tiene toda la razón.
¿Qué es lo primero?
Lo primero es aliviar el sufrimiento.
La petición de la mujer coincide con la voluntad de Dios.

¿Qué hacemos los cristianos de hoy ante los gritos desesperados de tantas mujeres solas, marginadas, maltratadas y olvidadas por la Iglesia?
¿Las dejamos de esquina justificándolo por las exigencias de otras tareas?
Jesús no lo va hacer así.
No se trata de buscar excusas.
Se trata de comprometerse.

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