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Domingo XVII del tiempo ordinario. Ciclo A
Barcelona, ​​27 de julio de 2014

Seamos realistas: no todos entusiasmaba con el proyecto de Jesús.
A mucha gente les suscitaba una serie de dudas y de interrogantes.
¿Era razonable seguirlo?
¿No era una locura?
Son las preguntas de aquellos galileos y de todos los que se encuentran con Jesús a un nivel un poco profundo.

Jesús explicó dos pequeñas parábolas para "seducir" a aquellos que permanecían indiferentes. Quería sembrar en todo el mundo un interrogante decisivo: ¿no puede ser que haya en la vida un "secreto" que aún no hayamos descubierto?
Esta es la gran cuestión.

Todos entendieron la parábola de aquel campesino pobre que, mientras cavaba una tierra que no era suya, encontró un tesoro escondido en un cofre.
No se lo pensó dos veces. Era la gran ocasión de su pobre vida. No la podía desaprovechar. Vendió todo lo que tenía y, lleno de alegría, se quedó el tesoro.

Un rico traficante de perlas finas hizo lo mismo cuando descubrió una perla de valor incalculable. Nunca había visto nada parecido. Vendió todo lo que tenía y se quedó la perla.

Las parábolas de Jesús eran seductoras.
¿Debe ser así Dios?
¿Debe ser así encontrarse con Él?
¿Descubrir un "tesoro" más bello y atractivo, más sólido y verdadero que todo lo que nosotros vemos y disfrutamos?

Jesús estaba comunicando su experiencia de Dios: lo que había transformado completamente su vida.
¿Tiene razón Jesús?
¿Seguirlo es esto?
¿Encontrar el más esencial, tener la inmensa fortuna de encontrar lo que el ser humano ha estado anhelando desde siempre?

En los países del primer mundo, mucha gente está abandonando la religión sin haber saboreado nunca Dios. Los entiendo. Yo haría lo mismo.
Si no se ha descubierto un poco la experiencia de Dios que vivía Jesús, la religión es un aburrimiento. No vale la pena.
Es triste encontrar tantos cristianos, cuyas vidas no están marcadas
– por la alegría
– por la admiración
– o por la sorpresa de Dios.
No lo han sido nunca.
Viven encerrados en su religión y no han encontrado ningún "tesoro".

Entre los seguidores de Jesús, cuidar la vida interior no es algo más. Algo de ni fu ni fa.
Es imprescindible para vivir abiertos a la sorpresa de Dios.
¿Vivimos nosotros así?

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