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Por Ramon Bassas .
"Esa es la vida eterna a la que quieres invitarles: no una vida propia de fantasmales presencias sino de carne y sangre". (P. 28)

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Siempre sospeché que la única manera de acercarse a Jesús es volviendo a él. Quizás no una, sino varias veces. Está tan mediatizada, tan lamida, tan hiperseccionada, tan pintada, tan teologizada, tan "normal" en el mundo de los creyentes (o tan mínima en el mundo secularizado), que su figura requiere de un cierto despojamiento de las capas de barniz. Volvérsele a acercar, decía. Una y otra vez. Porque cuando notas una potente iluminación, una presencia tan honda, cuando crees que ya sabías algo, resulta que todavía no sabes nada. Digo Jesús y debería decir, seguramente, el otro, el Otro, aquel o aquellos con nombre y apellidos que pueblan nuestra vida, tanto si los vemos como si no. Jesús, el Resucitado, ya dijo que era lo que hacíamos lo que fuera a ellos cuando hacíamos lo que fuera a Jesús, o sea que bien. O no. Volver siempre.
Rafael Argullol vuelve después del alejamiento juvenil, radical, de la religión, con la pregunta recurrente sobre qué demonios quería ese personaje omnipresente en las pinturas e inquietante en la Escritura. Esta pregunta obtiene un esbozo de respuesta en Pasión del dios que quis ser hombre (Ed. Acantilado, Barcelona, ​​2014). He leído una sencilla pero muy buena crítica, al libro, por parte de Josep M. Lozano, aquí , que suscribo plenamente, no exenta de objeciones. La más evidente: ¿es, la Pasión de Jesús, una misión que hay que cumplir erre que erre por obediencia a Dios? No es nada superflua esta pregunta por alguien de nuestra especie, es decir, dotado del don de la libertad y, al mismo tiempo, impregnado de los genes de la supervivencia.
A pesar de las objeciones, el libro es brillante. Tiene tres capítulos. El primero, donde, propiamente, el autor sigue el relato evangélico de Jesús, en segunda persona omnisciente, y en tres tiempos, algunos de cuuyos pasajes podrían pasar perfectamente como textos de profunda reflexión de Semana Santa y que describen el proceso de la humanización concreta de Dios. Dicho sea de paso, del proceso de humanización análogo a los atributos "divinos" o conceptuales con que cada uno de nosotros nos miramos satisfactoriamente al espejo.
El segundo capítulo, donde el autor expresa su proceso de acercamiento a Jesús: "la intimidad que pronto dejé de tener con el cristianismo la sigo teniéndo con Cristo" (p. 47). Buscaba el paganismo renacentista y se encuentra, de nuevo, con Cristo, más bien con su cuerpo. "Apendí algo: el espíritu no es sino el cuerpo cuando el arco ha llegado a su máxima tensión" (p. 48). Y el tercer capítulo incluye varias pinturas, desde la Edad Media al Romanticismo, con brevísimas reflexiones en cada una de ellas. Total, ochenta y una páginas.
Para hacer el camino de regreso a Jesús, decía al principio, tenemos que despojarlo de las capas de barniz, debemos "vaciarnos de Dios", en palabras de Ekhart, en el doble sentido: de los "revestimientos" que , para explicarlo, nos lo hacen menos comprensible, y de la "condición divina" de la que nos invita a desprendernos para ser radicalmente humanos. Pero el retorno es recurrente. En los caminos de ida y vuelta, en algunos casos seguramente muy débiles, o de poca "ida", qué bien que nos va (aprendemos imitando) el camino que hacen los demás, por más extraño que parezca ... en principio. Pues es exactamente ése el papel de este libro.
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