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Por La puntada .

Mercè Solé, miembro de la ACO

Este mes de mayo, participé de una experiencia que os recomiendo. De aquellas que, cuando las recuerdas, te alegran, y mucho, el día. Fue en el Santuario del Miracle, en el Solsonès y se trataba de un taller de Arte y Espiritualidad que en esta ocasión partía de la fotografía.

Yo no soy muy buena fotógrafa, pero sí trabajo mucho con fotografías, por mi trabajo y por mi afición a editar revistas de carácter muy diferente. Con el tiempo y el photoshop ya he aprendido que: a) una fotografía a menudo lleva una carga emotiva que le viene no tanto de su resultado objetivo sino del momento que intentas fijar, que puede tener un significado profundo, y b), que, por mala que sea , siempre se puede extraer una cosa u otra. De hecho con estos principios tan poco perfeccionistas ya se ve muy bien que no iré muy lejos a la hora de hacerlas bien hechas, pero ya hace tiempo que tengo ganas de aprender. Como suele ocurrir con tantas otras cosas, tengo una máquina mucho mejor que su propietaria, con unas posibilidades que me desbordan. Y estaría bien aprovecharla mejor y desarrollar una sensibilidad para la imagen que hasta ahora ni yo misma sabía que pudiera tener.

Si añadimos que llevo una temporada cansada y estresada y que tenía muchas ganas de hacer una paradita, me animé a ir al Miracle. ¡Y me encantó! Por muchas cosas: la belleza y la paz del lugar, la excelente acogida y la oración de la comunidad, la organización de la actividad, la posibilidad de reflexionar sobre qué busco yo misma cuando hago una fotografía, que es la belleza, qué emoción estética me provoca ... La contradicción entre la distancia que exige hacer una fotografía y el disfrute de pertenecer al universo fotografiado. Un buen antídoto contra esta costumbre que tenemos mucha gente de hacer cientos de fotografías, sin contemplar, sin interiorizar, sin pensar.

La verdad es que contamos con dos maestros de excepción, no sólo por sus conocimientos técnicos, sino por su calidad humana: Jordi Farrús, fotógrafo profesional, y Lourdes Estrada, profesora de filosofía. El uno nos ayudó, y mucho, en la parte más técnica y la otra nos hizo pensar sobre por qué hacemos fotografías y lo que queremos transmitir. Ambos con total sencillez. La experiencia de Jordi permitía ver qué hay detrás de una buena fotografía: las pruebas, los intentos, las posibilidades, la persecución con constancia de un proyecto estético significativo.

Cuando lo escribo, me sale muy retórico, pero fue un encuentro sin pretensiones, sin forzar nada, ni en el campo de la fotografía ni en el de la espiritualidad y la oración, con un grupo de unas diez personas, muy diversas de edad, de intereses, de conocimientos fotográficos. Íbamos alternando las cuestiones técnicas, con elementos reflexivos y con prácticas fotográficas. Las tres puestas en común consistieron en tres visionados de algunas de las fotografías tomadas: en uno, nos detuvimos en cuestiones técnicas, otro lo dedicamos a los símbolos y un tercero a la oración. Y la verdad es que quedé muy sorprendida de lo que salió: de la diversidad y de la sintonía.

La naturaleza exuberante en plena primavera fue una gran inspiradora ... pero también lo fueron para algún las señales de tráfico (extraer "el Alfa y la Omega" a partir de un hierro doblado y de su sombra en la dureza del sol del mediodía tiene su punto, ¿verdad?) o tal vez la Pascua vivida, o las ganas del grupo de disfrutar de la belleza del momento.

Hacen muchas actividades interesantes. Las encontrará en la web del Santuario. Ah, y la cocina está a la altura del resto de la actividad: sencilla, pero hecha con mucho amor. ¿Se nota mucho que tengo añoranza?

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