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Por La puntada .

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Joan Ferrer, doctor en filología semítica y decano de la Facultad de Letras de Girona.

La Biblia es una realidad prodigiosa, empezando por su propio nombre. Es un plural -del griego biblos 'libro'-que se ha convertido en un singular: la Biblia. Se trata, pues, de un libro excepcional que es en sí mismo una biblioteca que contiene una fuerza prodigiosa de sentido ofrecido a la humanidad, que a lo largo de los siglos se ha dirigido buscando allí palabras de vida y, por encima de todo, buscando aquella Palabra que llena de sentido y de amor toda la realidad, que es el misterio de Dios. La literatura y el arte lo han convertido en el "gran código" de la cultura de Occidente.

En el corazón de la Biblia aparece, de manera sorprendente e inesperada, un libro fascinante: un poema de amor erótico, el Cantar de los Cantares. Es un libro breve: sólo 1.250 palabras en hebreo. En la historia de la cultura catalana ha sido traducido por los más grandes poetas: Jacint Verdaguer, Carles Riba y ahora por Narcís Comadira, con la colaboración del biblista y filólogo Joan Ferrer (Cantar de los Cantares de Salomón. Edición y traducción de Narcís Comadira y Joan Ferrer. Edición Bilingüe, Barcelona: Fragmenta Editorial 2013, 146 págs.) Esta edición es de una gran belleza. Contiene un ensayo del poeta Comadira «Escribirse el Cantar", una "Introducción a la lectura del Cantar» de Ferrer, la traducción poética catalana, ilustrada con dibujos a tinta china por Comadira, y se cierra con un «Ensayo de lectura » de Ferrer, que permite hacer una relectura acompañada del Cantar. En conjunto una pequeña maravilla.

Los protagonistas del Cantar son un chico y una chica, de nombres simbólicos: él es Salomón -que tiene el sentido de «hombre de paz» - y ella, la Sulamita, «la pacificada», que cantan en su deseo y su amor. La chica dice: "Que mi amor penetre en su jardín y coma sus frutos jugosos» (Cántico 4,16); que debe ser una de las metáforas eróticas más bellas de toda la historia de la literatura. Agustín de Hipona, una de las inteligencias más prodigiosas de la historia de la humanidad se dio cuenta a la perfección: «Illa Cantica aenygmata sunt» (Sermo 46,35), que podríamos parafrasear diciendo que «estos poemas son densos de misterios ».

El Cantar es un jardín de símbolos: poesía en estado puro, que intenta captar en palabras la magia del amor. Se presenta en forma de diálogo entre el chico y la chica, con intervenciones de un coro, que tiene la función de indicar que los amantes son conscientes de que su diálogo íntimo es escuchado por otras personas, que, de alguna manera, son invitadas.

El poema, durante muchos siglos, ha sido leído de manera alegórica, de manera que las personas y los cuerpos desaparecen y dan paso a experiencias místicas. Detrás de esta lectura había una antropología dramáticamente pesimista que era incapaz de ver lo que es obvio en el poema: que el amor y la sexualidad, en el contexto de la Biblia, que es revelación de Dios, son dones de Dios a la humanidad y expresión de su voluntad salvífica.

El Cántico es, de alguna manera, expresión del paraíso reencontrado y formulación del amor humano según el proyecto de Dios. El contexto bíblico nos permite entender que el amor humano nos remite al amor divino originario, que es un estallido de sublimidad y belleza. El amor no es una divinidad -Eros- que toma posesión de la persona, sino una realidad humana que remite a Dios, a imagen del cual el hombre y la mujer han sido creados.

El Cántico es un canto a la belleza del amor humano contemplado en su dimensión sexual y exquisitamente erótica, que, por la magia del símbolo, remite al horizonte infinito del amor de Dios, creador y salvador, siempre compañero de camino de las mujeres y los hombres que sienten el deseo de infinito que nace en los corazones. En el poema, corporeidad y eros son lenguaje de comunión, con carga y sentido concreto y personal, que expresan un amor que tiene ansia de infinito, que remitirá al misterio último del amor y de la creación, que para la Biblia es Dios.

El Cantar es un libro único en el contexto del mundo antiguo: la chica es la protagonista principal y la historia de amor-que los poemas recrean con palabras- es vivida y recitada por ella. Esto solo ya es un hecho inaudito y prodigioso. Amar es desvelar al otro la propia belleza: el cuerpo se convierte así en instrumento de revelación y don -entregado y recibido-, porque nadie tiene su posesión. El diálogo de amor se vive en el poema en continua referencia al simbolismo de la naturaleza: el tema del jardín (Cántico 4,12-5,1) lleva al del paraíso (en el texto hebreo aparece la palabra Pardés, de origen persa, de donde deriva nuestro "paraíso"). La naturaleza aparece a cada paso porque todo en este libro forma parte de la creación, obra de Dios, que siempre remite al Creador.

El libro nos desvela los cuerpos de los enamorados, los presenta como un planeta que hay que explorar, que tiene un lenguaje particular, que hay que interpretar. El encuentro debe ser sin velos y sin máscaras -en la desnudez, cuando el traje, que es una defensa, ya no es necesario-, porque el poema, en su sabiduría, sabe de la vulnerabilidad del cuerpo y de la delicadeza con la que hay que tratar las relaciones humanas. El poema también sabe de la noche del amor, del egoísmo y de la posesión. La sabiduría que contiene es inmensa.

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