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Desde hace dos semanas, Turquía vuelve a encabezar las noticias. Desde hace quince días, unos pocos manifestantes contrarios a la urbanización de una céntrica plaza de Estambul han catalizado el malestar de un importante sector de la población. Las noticias mayoritariamente contrarias al actual primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, líder del AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo, en el poder democráticamente, es decir después de elecciones competitivas y transparentes, desde el año 2002) nos muestran un político autoritario-incluso fundamentalista-que pretende islamizar el país y acabar con la herencia de la cultura laica del padre fundador de la República de Turquía, Mustafa Kemal ATATURC.

El balance de estos diez años de gobierno de Erdoğan, siempre en mi opinión, es mucho más positivo de lo que puede parecer ahora. Además de modernizar económicamente el país y de redistribuir la riqueza reduciendo las desigualdades endémicas, en el ámbito de las libertades y los derechos, y como consecuencia de varias sentencias del Tribunal Europeo de Derechos del Hombre, ha abolido la pena de muerte, reformado el ejército, permitido la libertad religiosa y otros aspectos derivados de la aspiración inicial -ahora medio cuestionada- de ingresar en la Unión Europea. Ha emprendido, por primera vez, conversaciones de paz con representantes del pueblo kurdo. Es cierto que, en consonancia con la ideología de su partido-islámico moderado, ha rebajado la cultura laica constitucional. Su partido no deja de ser un intento de conciliación entre un proyecto de liberalismo social y las convicciones religiosas islámicas (probablemente similar a las democracia cristianas -ahora prácticamente extintas- de los años 50). La importancia de su proyecto político es esencial y referencial para muchos otros países de matriz islámica. El mundo islámico, desde la descolonización, se ha movido entre los regímenes nacionalistas autoritarios, repúblicas laïcizantes donde gobernaban pequeñas élites, y regímenes teocráticos como Arabia Saudí o Irán. Y casi siempre bajo estructuras militares o dictatoriales.

Por ello, el ensayo de Erdoğan toma una importancia singular en el mundo islámico. Su intento de conciliación y equilibrio entre un sistema constitucional democrático y la religión islámica, practicada por la gran mayoría de la población, apunta caminos indispensables de transformación. En Europa, tenemos que hacer un intento de interpretación más equilibrado.

Como ocurre con todos los políticos, también en nuestro país, diez años de gobierno con mayorías sucesivas, terminan por convertir al país, al que has de servir, en tu jardín privado. Por eso los americanos tienen constitucionalmente la limitación de mandatos. Intuyo que pueden existir derivas de este tipo. También, las élites que han mandado ininterrumpidamente en este país durante buena parte del siglo XX han querido hacer oír su voz en contra de las élites que representa Erdoğan. El riesgo de escisión entre la Turquía occidental y la oriental, entre la laica y la religiosa, existe. Su capacidad de entendimiento marcará el futuro de una de las zonas más delicadas de la geografía humana.

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