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Los avatares de la vida me llevaron a vivir en directo la desértica ciudad de Boston, a la espera de la detención del menor de los hermanos chechenos que, presuntamente, colocaron las dos bombas en la maratón de Boston. Llegué el día antes, justo cuando el FBI, en rueda de prensa multitudinaria, mostraba la fotografía de los dos chicos que, gracias a miles de fotografías y vídeos enviados por los ciudadanos, eran considerados como los autores del atentado. En ese momento no les habían identificado y pedían la ayuda de todos para encontrarlos. Con el apoyo de las televisiones, la prensa y las redes sociales, comenzaba una amplia movilización.

Boston, una de las ciudades más prósperas y seguras de los Estados Unidos, continuaba en ese momento en estado de shock. Las dos bombas en la maratón, con tres muertos y ciento sesenta heridos, habían golpeado, de manera ciega e irracional, la tranquila y razonable vida de la ciudad cuna americana. Para los americanos, Boston es vista como su ciudad fundacional, espejismo de su sueño, referencia de su proyecto de prosperidad, integración y civilidad. A pesar de la consternación, estudiantes de la Emerson College comenzaban una campaña con un mensaje claro: Boston Strong."Boston Fuerte". Boston no podía doblarse, renunciar a su manera de vivir ante la amenaza terrorista.

Tras la rueda de prensa, comenzaba la búsqueda de los dos chicos. Los carteles electrónicos de publicidad de las grandes avenidas bostonianas mostraban sus caras, todos los medios hacían lo mismo. A primera hora de la mañana del día siguiente, el alcalde de la ciudad pedía todos que se quedaran en su casa, pedía que la gente no fuese al trabajo, que los niños no fueran a la escuela; habían identificado a los dos chicos: uno había muerto, el otro se había escapado. Probablemente lo tenían rodeado en Watertown, un barrio de la periferia, en una zona muy concreta, pero podía haber salido del perímetro. Era muy peligroso, un policía del MIT había muerto, todo el mundo estaba amenazado. La consigna era clara: permanezca envcasa, aléjese de las ventanas, evite abrir la puerta de casa a desconocidos. A las 8 de la mañana, los ciudadanos obedientes habían convertido Boston en una ciudad desértica, con coches de las múltiples policías moviéndose por todas partes. El transporte público, así como el aeropuerto y las estaciones de tren y autobús, habían cerrado. Boston había locked down, shut down. La ciudad inmovilizada estaba la espera de la investigación y captura del segundo chico, el más joven, de diecinueve años.

Empezaban a llegar las primeras informaciones: eran dos chicos, hijos de emigrantes chechenos, que llevaban muchos años en Estados Unidos. Uno de ellos, incluso, había disfrutado de una beca prestigiosa. Sus padres vivían en una república olvidada de la Federación Rusa. El tío, residente en Boston, bajo presión mediáticas, aparecía haciendo declaraciones indignadas contra los sobrinos. En Watertown, la búsqueda se intensificaba. A última hora de la tarde, encontrarían el joven escondido dentro de un yate, cerca de una casa. Todo era retransmitido por la televisión. A última hora de la noche, algunos ciudadanos salían de sus hogares para mostrar su alegría ante la detención. Gritaban emocionados: ¡USA!, ¡USA! ante las fuerzas de seguridad. Acababa, parece, un mal sueño.

Tras la conmoción y la detención de los presuntos terroristas, el atentado de Boston impulsa nuevamente dos debates muy vivos en la sociedad americana: en primer lugar, la identificación del Islam con el terrorismo. Los chicos chechenos parecen -aunque no está claro- fascinados o transformados por el fundamentalismo islámico y la opinión de los expertos que atribuyen, hoy por hoy, los atentado precisamente a motivaciones religiosas. Nuevamente, y como sabemos desde el 11 de septiembre de 2001, el Islam es visto ampliamente por muchos ciudadanos americanos como una religión violenta, resentida contra occidente y, en especial, contra los Estados Unidos. A pesar de los mecanismos de integración que funcionan razonablemente bien en la sociedad americana, las personas que profesan la religión musulmana son vistas, con carácter general, con reticencia y miedo. Asimismo, en segundo lugar, el debate que se ha reavivado ha sido el del control de la inmigración; en plena discusión sobre la legalización de millones de inmigrantes latinoamericanos, el republicanos más radicales han utilizado el atentado para oponerse a una cierta flexibilización de los estrictos mecanismos ya existentes.

Más allá de estos dos debates, quedan muchos aspectos abiertos. La misma historia de estos chicos, que parece extraída de los relatos de espionaje -con todas sus sombras- de John Le Carré. El acceso a armas de fuego y a la fabricación de bombas vuelve a cuestionar la facilidad que los ciudadanos de Estados Unidos tienen para obtenerlas. ¿Cómo limitar la vulnerabilidad y el riesgo de nuestras sociedades globales y sofisticadas? ¿Cómo podemos aumentar la seguridad sin sacrificar las libertades? Sobre todo, sin embargo, la pregunta principal que se hace todo el mundo es sobre el modelo de integración estadounidense y los emigrantes musulmanes: ¿Podrán incorporarse plenamente al "experimento americano"? ¿Es compatible un islam asociado a los valores americanos? Una pregunta que cada vez más se está haciendo en Europa.

He vivido un Boston desértico a la caza de un presunto terrorista. Pero, ¿basta con las fuerzas de seguridad para evitar nuevos atentados?

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