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Por La puntada .

Joaquim Gomis es escritor

Cuando escribo este comentario, el 6 de abril, todavía domina la sorpresa. Pero intuyo que empieza a surgir, preocupante, la incógnita. Hablemos primero de la sorpresa porque, pase lo que pase, la sorpresa ha valido la pena. Que en esta Iglesia nuestra, a menudo tan aburrida y previsible, salga al balcón vaticano un señor que nadie se esperaba, sonriente, sencillo, casi tímido, pero que ha tenido la osadía de elegir el nombre de Francisco, que no menciona que sea el papa sino que repite que es el obispo de Roma y consigue que la gente calle porque pide que oren por él ..., es una sorpresa agradable. Luego la sorpresa parece confirmarse y nos van descubriendo que este obispo argentino y jesuita prefería allí coger el transporte público y no el coche oficial, que a menudo hacía él mismo el almuerzo, que de muy joven comenzó a trabajar. Con todo, más importante que todo esto, son las palabras que se le escapan como expansión personal cuando deja de leer los papeles preparados. Sobre todo esas que resuenan como una íntima convicción y firme opción: "¡Ah! Como quisiera una Iglesia pobre y para los pobres ". O cuando, en sus habitualmente sencillas y breves homilías, repite cosas como "no tengaís miedo de la bondad, incluso de la ternura", "la misericordia, es el mensaje más importante", "no os dejéis robar la esperanza". Confieso que hacía tiempo que no sentía homilías tan llanamente evangélicas. Y esta es la sorpresa.

Decían los periodistas-una vez más demasiado despistados, perdidos sin querer reconocerlo- que en la homilía de la misa de inicio de lo que llaman ministerio petrino presentaría su programa de gobierno. Sí, lo hizo: su programa de gobierno es comentar las lecturas de la misa. Porque "el centro es Cristo, no el sucesor de Pedro". Todo esto no significa que Jorge Mario Bergoglio no tenga un proyecto claro. Alguien lo ha comparado con el papa Roncalli "que también parecía un buen hombre pero sin proyecto ..." y de su proyecto aún vive hoy lo mejor de la Iglesia. Pienso que la comparación es exagerada (¡Bergoglio es un jesuita y con años de gobierno!). Y sin hacer excesivo alboroto, no ha dejado de decir lo que piensa que hay que hacer. Las filtraciones de lo que dijo en las congregaciones de los cardenales antes de la elección son reveladoras. "La iglesia tiene que salir de sí misma y mirar hacia las periferias, no sólo geográficas sino también existenciales. Cuando la iglesia no sale de sí misma para evangelizar, se vuelve autorreferencial (como una especie de narcisismo teológico) y entonces enferma ". "La Iglesia autorreferencial pretende tener Jesús dentro de sí misma y no lo deja salir. Es la Iglesia mundana que vive en sí misma, de sí misma y para sí misma ". Por eso a mí me gusta que después de los que, cada uno a su manera, se pueden considerar "grandes" papas, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI, venga ahora uno más sencillo, que habla de "la verdad, la bondad, la belleza "sin hacer teorías sino afablemente, llanamente. Y así puede acabar el saludo dominical del ángelus deseando un "bon Pranzo" (una buena comida).

Está claro que no a todos les gusta Jorge Mario Bergoglio. Hay gente que, por ejemplo, no captan lo que significa que entre todos los santos, eligiera a Francisco de Asís. Hay sabios eclesiásticos que se escandalizan porque ha lavado los pies a dos chicas cuando la normativa litúrgica manda que sean "hombres dignos". O que encuentran excesivo que se pasee por la plaza de San Pedro besando criaturas. Ya lo sé, estas críticas o reticencias en realidad esconden que Francisco les da miedo o, al menos, esperan poco de él (son los que ya piden que antes de acabar el año sea canonizado Juan Pablo II).

Pero prescindiendo de aquellos a quien el nuevo papa-¡argentino y jesuita! - no les gusta, y respetando que todo el mundo es libre de valorar más o menos el cardenal elegido, la cuestión ahora más importante es otra. Es la que al empezar este comentario definía como la incógnita. La sorpresa, para muchos, ha sido positiva. Pero no asegura el futuro. De hecho, Francisco, obispo de Roma y papa, es una incógnita. También para aquellos a quienes nos ha gustado su inicial comportamiento, sus primeras palabras. La situación de la Iglesia actual, y no sólo de la Curia romana como a menudo se ha dicho estos días, es suficientemente grave, preocupante, como para necesitar una fuerza renovadora que es una incógnita que este buen cristiano llamado Francisco quiera y pueda asumir.

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