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Por La puntada .

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Salvador Clarós és sindicalista

Cuando un país hace huelga general es porque al menos una parte muy importante de la ciudadanía ya no confía en sus gobernantes. Últimamente Cataluña ha vivido hechos excepcionales como la gran manifestación del once de septiembre, la huelga general del 14N, y unas elecciones anticipadas el 25N. En poco más de dos meses, la ciudadanía se ha expresado en la calle y en las urnas, contradiciendo pronósticos, desequilibrando mayorías.

Parece un final apropiado para un año con una conflictividad creciente en Cataluña y el Estado, que se ha visto expresada con huelgas sectoriales y manifestaciones, disputas y enfrentamientos a muchos niveles. ¿Hasta qué punto erraban aquellos que han hecho lecturas interesadas de la voluntad popular, intentando apropiarse la expresión y la intención de los ciudadanos, así como despreciando las protestas en la calle? La negación de la realidad o su exageración, manipulando las cifras de manifestantes, no han engañado a nadie más que a quienes las proclamaban. Es innegable que el 14N se impuso el grito de una mayoría social que sobrepasa el ámbito estrictamente sindical para abrazar una pluralidad ciudadana que clama contra la injusta conducción que los gobiernos están haciendo de la crisis. Las grandes manifestaciones que tuvieron lugar en Barcelona y otras muchas ciudades de la geografía catalana fueron el aviso, y los resultados de las elecciones once días más tarde la confirmación para aquellos que aún no lo habían visto.

A menos de dos semanas de la huelga general, el resultado de las elecciones al Parlamento de Cataluña no podía ocultar el descontento y la rabia por el desastre económico, a pesar de los esfuerzos de algunos para desviar la tensión social hacia lo emocional válvula soberanista. La sangría imparable de puestos de trabajo, la reforma laboral, el drama creciente de los desahucios, los recortes y el aumento del coste de servicios y de los productos básicos ..., todo ello en una enfermiza sensación de impunidad para los ricos defraudadores, los empresarios blanqueadores y evasores de capitales, los políticos corruptos, los banqueros y altos directivos de empresa, los especuladores, etcétera, hizo subir la participación, cambiando pronósticos.

¡Razones para ir a la huelga había de sobra, aunque siempre hay quien opina que una huelga no resuelve nada! El caso es que la gente optó el 14N para ir a la huelga. Entidades de todo tipo y organizaciones informales apoyaron la movilización general convocada por los sindicatos mayoritarios que, guste o no, hay que reconocer que mantienen hoy por hoy una alta capacidad movilizadora. La industria paró mayoritariamente, a pesar del miedo latente de los que aún conservan un puesto de trabajo y no saben hasta cuándo. También a pesar del coste de la renuncia al salario del día de huelga. Con todo, la gente se organizó en piquetes para hacerse oír. Muchos comercios no abrieron siguiendo la consigna de convertir la jornada también en huelga de consumo. Las madres y padres de escolares se volvieron a vestir de amarillo para manifestarse con los niños. Las asambleas proliferaron en las universidades y los estudiantes salieron nuevamente a la calle. Una multitud se manifestó por el centro de Barcelona y de muchas otras ciudades de Cataluña.

A pesar de la evidencia, hay quien lo niega. Como también hay quien quiere españolizar los escolares catalanes. Hay quien todavía no entiende por qué "el gobierno de los mejores" ha sido el peor y más corto de los gobiernos. Hay quien cree también todavía que hay que sanear los bancos con dinero público y continuar desahuciando mientras se amnistía a los defraudadores. Y quien se resiste todavía a recaudar de las fortunas, los patrimonios y los beneficios empresariales, pero no duda en recortar en protección social y bienestar. Mientras esto ocurra continuará la lucha cuerpo a cuerpo contra los desahucios, y continuarán las manifestaciones y las huelgas y las cargas policiales, que es el último recurso que tiene el poder para resistir. Sólo hay que mirar países como Grecia para entender que no hay límite a la indignación.

La regeneración democrática es hoy el único horizonte político posible. Como siempre ha ocurrido, no vendrá espontáneamente sino por medio de la conquista. Por medio de la huelga, que significa dejar de trabajar para que todos puedan trabajar.

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