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La meva felicitació de Nadal als meus estimats amics de CatalunyaReligió.cat

(Javier Elzo) En la vida de las personas hay momentos fuertes, momentos intensos que se mantienen a lo largo de su existencia: la fecha de nacimiento, el aniversario de bodas por ejemplo... cuando ha ido bien. Lo mismo sucede con las sociedades: las fiestas del pueblo, la tamborrada en Donosti, las Semanas Grandes aquí y allá, la Mare de Déu de la Mercè en Barcelona, San Isidro en Madrid, etc., etc. Pero algunas fechas van más allá de las personas, de las sociedades locales, y hasta de los estados. En el mundo occidental una de esas fechas es la Navidad. Todo ese mundo celebra la Navidad. Las fechas de Semana Santa no alcanzan tanta extensión, salvo en Andalucía. Quizás quepa equipar el Carnaval a la Navidad aunque tampoco creo que llega a tanta gente. Pero, ¿qué celebramos en Navidad? ¿Es simplemente una rutina, una costumbre o es algo más?. Porque hay rutinas y costumbres que desaparecen y otras, como la Navidad, que se mantienen a lo largo de los siglos y en todo el mundo occidental.

Navidad y Carnaval. La primera explicación que me viene a la cabeza tiene que ver con algo que me parece elemental: la Navidad es una fiesta amable. Es un periodo en el que todos hemos interiorizado que hay que manifestarse amables, que hay que procurar aparcar nuestras diferencias, nuestros cabreos, nuestros problemas y ofrecer nuestra mejor cara. Es como un alto en nuestra vida en el que parece que decimos: ahora vamos a ser buenos, vamos a hacer eso que sabemos que le va a gustar a mi pareja, a mis hijos, a mis padres, a mis amigos, al vecino, al compañero de trabajo. Y nos juntamos a comer, nos hacemos regalos, nos deseamos felices fiestas y próspero año.

Pero también hay quienes piensan que la Navidad es un periodo de hipocresía en el que olvidamos nuestras desavenencias y, si es posible, escamoteamos hasta nuestros odios. Hay quienes piensan que la Navidad es el periodo de la falsedad por excelencia. No niego que algo de eso pueda haber pero ¿no es acaso la manifestación, como el Carnaval, de que queremos ser de otra manera, de que deseamos que nuestra sociedad sea de otra manera, que nuestras relaciones sean de otra manera? Aunque la diferencia con el Carnaval es capital: en la Navidad actuamos a cara descubierta, sin más fachada que la cara que sepamos poner. No nos enmascaramos, como en Carnaval. Queremos ser de otra manera, sin caretas.

En la Navidad gastamos en manjares que sabemos que estarán más baratos pocos días después, penaremos para subir la cuesta de enero, los obsesos de la línea se la saltarán por unos días haciendo, en enero, el agosto de los gimnasios, de los médicos expertos en desengordamientos.

Navidad y Familia. Pero la navidad es más que comilonas, caras bonitas, fiestas y regalos. La Navidad es, todavía, una fiesta familiar. El anuncio televisivo de “vuelve a casa por Navidad” nos lo muestra. Los vascos, si podemos desanudar la garganta, cantamos en Navidad el entrañable “Hator, hator mutil etxera gaztaina ximelak jatera, Gabon gaua ospatutzeko aitaren eta amaren ondoan. Ikusiko duk aita barrezka amaren poz ta atseginez”.

Yo creo que mientras haya familia habrá Navidad. Se habla mucho de la crisis de la familia. Pero si crisis hay es crisis de éxito, de exigencia. Porque somos seres sociables y queremos compartir nuestra vida con otra persona. No queremos vivir solos. Queremos vivir con otra persona. Y queremos vivir felices con otra persona. Y queremos que nuestro amor, no sólo perdure sino que se traslade a nuestros hijos. Lo que sucede es que, en una sociedad que cada día es más agresiva, donde la intemperie, fuera del hogar familiar, se hace a menudo hostil, pedimos más y más a la familia. De ahí su éxito, de ahí su fragilidad. De ahí que muchas veces no logremos lo que nos hemos propuesto. El amor se marchita, se rompe y lo que se pensó como un espacio de cariño y ternura se convierte en flor mustia, cuando no en corona de espinas. La separación se hace inevitable. Se ponen tantas esperanzas en la familia, que no podemos soportar que nos hayamos equivocado. La familia se rompe a nuestro pesar, hasta con alivio cuando la situación se hace insoportable.

Pero esta situación no supone en absoluto la muerte de la familia. Lo que puede acabar con la Navidad (o dejarla exclusivamente en manos de los publicistas, y habría que ver cuanto duraría, entonces) es la muerte de la familia y la familia puede morir cuando ésta se agote en la pareja. Entonces no habría nadie a quien desear ver en casa por Navidad. La cosa será inevitable cuando, de forma mayoritaria -pues siempre habrá circunstancias y casos particulares- la pareja no se constituya como un proyecto de vida en común, abierta a la educación de hijos, propios o adoptados, sino como una mera unión de dos personas que deciden vivir juntos, a veces sin convivir, y ello mientras el otro o la otra me ayude a seguir viviendo. En el fondo, “mi” pareja solo me interesa en función de que me sirva a “mí”. Es una pareja instrumental. Es como una prótesis psicológica que, si falla, o ya no es necesaria, se tira.

Tras una lectura de Karl Rahner. Hace unas semanas, tomándome un café en la peatonalizada plaza del Callao madrileño, en este invierno veraniego que nos acompaña, devoré un librillo del inmenso Karl Rahner, a decir de muchos el mejor teólogo católico del siglo XX, sobre El significado de la Navidad (Herder 2015). ¡Qué delicia de libro!. Eso sí, hay que leerlo dos veces. Contiene dos brevísimos textos. Del segundo, titulado “La respuesta del sosiego. Carta a un amigo” con motivo de la Navidad (publicado en un diario vienés en 1962), traslado estas líneas: “Jesús es un hombre verdadero, es decir, un hombre como tú y como yo; un hombre que asume obedientemente el insondable misterio de su existencia. (…) Así fue también aquel cuyo comienzo quieres celebrar y festejar. Lo que él aceptó como hombre, también tú puedes atreverte a hacerlo: decir sosegada y creyentemente “Padre” a lo insondable y aceptarlo no como una lejanía matadora sino como una proximidad sin medida y perdonadora. (….). Por tanto, convendría conjurar la experiencia de nuestro corazón para vislumbrar venturosamente lo que se quiere decir con la encarnación del Dios eterno. Convendría que esto ocurriera en medio del sosiego en el que el hombre se halla consigo mismo, buscando el conocimiento de sí mismo. Este sosiego bien entendido en la fe del mensaje de Navidad es una experiencia existencial del hombre infinito, una experiencia que nos dice algo que solo es así porque el propio Dios se ha vuelto hombre. Si nos experimentáramos de otra manera, Dios no habría nacido como hombre”. Sí. Si nos experimentáramos de otra manera, Dios no habría nacido como hombre. Insondable misterio. Un Dios humano.

El Dios cristiano es el único Dios que se hace hombre divinizando así, de alguna manera, los hombres y mujeres, todos unidos en una fraternidad que va más allá de nuestras diferencias. Eso es la Navidad desde la perspectiva cristiana. En nuestras categorías le decimos Hijo de un Dios, Padre de todos y, para los que le llamemos padre, anhelante demanda de sosiego de nuestra finitud. Ese niño es Hijo de Dios, es la manifestación de un Dios nacido hombre. De tanto oírlo no nos damos cuenta de ello, resbala en nuestra cotidianidad. Pues, ¿hay insensatez mayor que esa?.¿Hay locura mayor que esa?. ¡Bendita locura!

Bon Nadal i els meus millors desitjos per a tothom pel 2016.

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