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Estamos en plena crisis del coronavirus, y yo creo que, el que más y el que menos, estamos tristes y abatidos, por todo lo que está pasando. Quizás la actitud sea similar a la de los discípulos de Emaús, que van por el camino comentando todo lo que ha sucedido en Jerusalén. Nosotros, también como ellos, no paramos de comentar todo lo que va sucediendo a cada momento, y en ocasiones, a pesar de todo, también perdemos la fe y la esperanza, porque no vemos límite, porque las cifras de fallecidos y contagiados no parece bajar, o porque no sabemos qué va a pasar después. Y miramos al cielo, pidiendo al Dios de la vida que nos ayude, que nos eche una mano, que no se olvide de nosotros. Quizás también, como los de Emaús, tengamos que hacer esa experiencia con el resucitado, que nos sale al encuentro, a veces en medio de tanta desolación, con tantos y tan importantes gestos de vida y de ternura. Y tengamos que tener el corazón, los ojos y los oídos bien abiertos para sentir esa presencia entre nosotros. Ojala pudiéramos escuchar en nuestro interior, las palabras del Resucitado a María Magdalena, “María”, pudiéramos sentir que nos llama, que nos toca, que nos habla, que no estamos solos, que “ese Jesús va al Padre”, delante de nosotros y nos envía a “Galilea”, a esa Galilea y galileas de dolor, de sufrimiento y a la vez de vida, (Jn 20, 16).

Y también, como siempre, todos estamos recibiendo en estos días, montones de mensajes, escritos, o llamadas telefónicas, de personas que nos animan y nos ayudan a vivir de una manera mejor todo esto que estamos pasando. Y siempre esperamos esos mensajes, justo de nuestros amigos, de nuestra familia, o de gente especialmente preparada, porque son, los que pensamos que nos pueden ayudar.

Si habláramos con la gente de la calle, y les preguntáramos si los presos nos pueden ayudar, casi diría que la mayoría nos dirían que no. Se preguntarían cómo un delincuente, que ha cometido un delito del tipo que sea, puede ser capaz de ayudarnos. En la cárcel están las personas que han hecho algo negativo para el bien social, y justamente por eso están “confinados” (una palabra que está de moda, en estos momentos). E incluso si les dijéramos que lo están pasando mal allí dentro, porque ahora tienen doble aislamiento y encerramiento (no reciben visitas ni de familias, ni de voluntarios o responsables de cursos), quizás nos dirían que “es normal, se lo merecen, ellos se lo han buscado”. Nos parecería casi imposible, que los presos, muchos de ellos con vidas muy duras y delictivas, pudieran ayudarnos en este momento, y nos pudieran animar.

Hace unos días, en un programa de radio, de una emisora nacional, los presos una vez más nos dieron lecciones, “los publicanos”, nos dieron lecciones a los que “no nos merecemos esta situación de confinamiento”. Porque es evidente, que en nuestro caso, es injusta esta situación, en el suyo, es merecida. Cuando escuché la entrevista me llené de emoción, y como siempre recordé las palabras del evangelio “Los publicanos y las prostitutas os perecerán en el Reino de los cielos”. Se me cayeron las lágrimas, primero porque suscribía todo lo que decían; y segundo, porque a menudo es lo que tengo la suerte de poder vivir cada día, e incluso puse caras y rostros concretos a personas con las que comparto muchas mañanas.

Rápidamente, envié la entrevista a nuestro grupo de familias, con el que nos reunimos una vez al mes en la parroquia de Fuenlabrada, especialmente para decirles que estuvieran “orgullosos y orgullosas”, de sus hijos, maridos, familiares… para que descubrieran que su familiar en prisión, probablemente (como cualquiera de nosotros), había sido capaz de cometer algún delito y por eso estaba allí, pero también era capaz de decir cosas bonitas y que nos podían confortar y animar en estos duros momentos.

Me gustó también la actitud de la emisora de radio y de la periodista, primero porque en ninguna otra emisora he escuchado estos días que se les dedicara un tiempo a los presos, a no ser que hubiera pasado algo “morboso” dentro de las cárceles, o que fuera lo que entendemos por noticia: un motín, algún fallecimiento o algún problema de otro tipo. Y porque además, dijo textualmente: “vivimos como si las cárceles no existieran, salvo cuando hay conflictos, y en la cárcel están cerca de 60.000 internos y 28.500 funcionarios”. Y ciertamente, al escucharlo pensé: si en tiempo normal, los presos y toda la realidad carcelaria, no cuentan, ahora mucho menos; sobre todo porque seguimos pensando que al ser responsables de estar ahí metidos, siguen sin merecerse nada. Me vino también a la cabeza y al corazón, lo que pensé cuando estuve en las cárceles de Bolivia y de El Salvador. En estos países, la realidad de la cárcel es estremecedora (gracias a Dios, no tienen nada que ver con las nuestras, aunque eso no justifica, ni mucho menos, nuestra realidad penitenciaria que, en ocasiones, también deja mucho que desear), pero al estar allí pensé que si el estado y la sociedad no se preocupa de “los buenos”, para ellos está justificado no ocuparse de “los malos”. Si la gente de la calle en esos países se muere de hambre y de injusticia, cómo van a ocuparse de la gente que está en las cárceles. Los que están en la cárcel, en cualquier parte del mundo, son responsables de su situación, y eso , en ocasiones, nos hace justificar su falta de atención.

Y, después de esa primera afirmación, la periodista pasó a entrevistar a los dos presos: Raúl, de la cárcel de Soto del Real en Madrid, y Pepe, de la cárcel de Alahuin de la Torre, en Málaga. Y confieso que nada más comenzar a hablar, además de pensar en tantas personas presas en la cárcel que visitamos, en Navalcarnero, y en sus familias, enseguida fui descubriendo, lo que a la vez descubrimos todos los días: que sólo los que se encuentran necesitados, son los que realmente entienden de solidaridad. Y esto lo fui descubriendo en toda la entrevista.

Comenzó diciendo Raúl de Soto, que llevaba a penas cinco meses como preso preventivo, que se consideraba un privilegiado, “tengo más espacio que muchas personas tienen ahora en sus casas, tengo un patio para pasear”. Al escucharlo, la verdad es que emocioné porque una vez más uno de “los malos”, viviendo sin libertad, fuera del contacto con sus familias, viviendo con personas extrañas, decía que era un privilegiado, y nos daba ánimos a nosotros. “Es verdad que paso catorce horas en una celda, de unos doce metros, pero tengo luego espacio en el patio para pasear”. Pero continuó diciendo, que él estaba en un módulo de “adicciones”, y que entre ellos se estaban ayudando de modo especial, en estos días. Al no poder ir los profesores, ni poder tener terapia como tienen siempre en este módulo especial para desintoxicarse de sustancias, hacían entre ellos ese trabajo. “Nosotros damos clase a los otros que estudian para que no pierdan estos días de poder seguir aprendiendo; yo doy clase de lengua”.

Un preso ¿preocupado por los demás? Pero ¿en la cárcel no hay delincuentes? ¿Un preso diciendo que es un privilegiado? ¿Un preso solidario? Escucharlo fue para mí recordar toda la experiencia de estos años con ellos, y de nuevo agradecer a Dios poder estar cerca de esa realidad, que cada vez llena más mi vida como persona y como cura, si es que pueden separarse ambas realidades.

Raúl continuó diciendo que “todos en España tenemos que remar en la misma dirección”, una frase que desde luego podrían escuchar muchos de nuestros políticos en el parlamento, de diferente signo. Desde luego que los políticos no reman en la misma dirección; los odios, las rencillas y el pisar a mi contrincante político, es lo que prima, pero desde luego no el bien común. Y los presos, los delincuentes, los que se merecen estar en la cárcel, son los que reman en la misma dirección, ayudándose en lo que pueden, y pedir ni saber de qué partido son, de que raza o qué delito han cometido. Una vez más, el Evangelio en ellos se hace plena realidad, y una vez más habría que definir quiénes son “los auténticos delincuentes”, si los de dentro o muchos de los que estamos fuera.

Y recordé la cantidad de veces que muchos de ellos me han dicho que fuera a visitar a algún compañero que estaba abatido, al haber recibido una noticia mala; o que llevara ropa a quien no recibe nada, o que llamara a algún familiar de compañero, que lo estaba pasando mal. O las veces, que me han preguntado por mi familia, que me han dado ánimos a mí, que se han preocupado al verme triste o caído (recuerdo, tras la muerte de mi padre hace unos meses, cómo todos los días me preguntaban cómo estaba y me decían que no querían verme así; frente a otros que a los que “supuestamente” me une una fraternidad y no se han preocupado ni ser preocupan por mí); o cuando ante alguna enfermedad de algún voluntario enseguida nos preguntan y rezan por ellos en las eucaristías…. Es la solidaridad de los crucificados con los crucificados y dolientes, es la solidaridad del que siente que desde su necesidad todos nos necesitamos, que ellos no pueden ser prepotentes; es su propia debilidad y fragilidad, la que les hace sentirse hermanos con los más débiles.

Ante la pregunta de cuánto tiempo le quedaba y llevaba en prisión, Raúl continuó diciendo que estaba preventivo (en espera de juicio), pero que a él ahora lo que le preocupaba no es el tiempo que le quedaba para su libertad, “lo que me preocupa ahora es el tiempo que nos queda para vivir tranquilos, no mi libertad”. Animaba este muchacho a que todos pudiéramos aprovechar el tiempo, y nos daba ánimos “tened paciencia, haced ejercicio físico para poder estar mejor, y convivid con las familias”; estos eran sus consejos, era lo que nos deseaba.

Pepe, el otro compañero de Málaga, comentaba que él era un “experto en confinamiento”, porque llevaba ya dos años y medio. Y sobre todo, lo que hizo fue dar gracias por todo lo que estaba viviendo ahora en la cárcel, en esta nueva etapa. Un momento donde todos son capaces de ayudarse, en las clases, en las actividades y en las terapias. Donde han preparado también un campeonato de futbol y de varios de portes, y de juegos de mesa, para juntos poder pasar el rato. Pepe abogaba por la necesidad de cuidarse juntos “lo que uno no quiere para sí mismo, tampoco puede desearlo para el resto”, nos decía, “yo estoy en un módulo especial, llamado de respeto, donde todos intentamos ayudarnos para hacer la vida más agradable a los demás”. En ningún momento, dijo nada en contra ni de la institución, ni de los compañeros, ni del momento que estaba viviendo. Su entrevista se podría resumir en una palabra: “agradecimiento a todo y a todos”. Y también me hizo pensar, en las veces que en estos días yo he estado enfadado o preguntándome por la situación, o incluso mirando al cielo y preguntando a Dios el porqué de todo esto. Los presos, los “confitados”, como algunos de ellos decían, lo único que hacían era darnos ánimos, y decirnos que teníamos que salir juntos hacia adelante. Es más, la preocupación era no tanto por ellos, como por la gente que estábamos fuera; por supuesto por sus familias, y por las personas que están en los hospitales o estaban falleciendo. Toda una gran lección de humanidad, y por supuesto, de evangelio. Al escucharlos, desde su tranquilidad, respeto y dulzura, estoy escuchando a muchos de los chavales de Navalcarnero; a muchos que quizás a cometido delitos graves pero que son sensibles a muchas realidades que a mí me pasan desapercibidas. No se trata de divinizarlos pero sí de descubrir su lección, y su aportación especialmente humana en todo esto que vivimos.

Raúl terminó de modo especial la entrevista, diciéndonos que “quizás la naturaleza se estaba defendiendo”. Habló de que estábamos haciendo mucho daño al planeta y que era necesario aprovechar este parón para poder plantearnos todos cómo estábamos viviendo, qué estábamos haciendo, cómo estábamos aprovechando los recursos… plantearnos, decía él, nuestra actitud ante el mundo y la vida; y calificó este parón como quizás “necesario”, para poder pensar en todo esto.

Cuando terminé de oírles, lo primero que eché de menos fue, lo que hacemos muchas veces en nuestras eucaristías, después de escuchar algún testimonio y petición, o cuando nos damos la paz: darnos un abrazo, reconocer que eso que habían dicho estos dos muchachos, era digno de abrazarlo y de hacerlo nuestro. En sus palabras descubrí una vez más, un rayo profundo de luz para esto que estamos viviendo. Fue reconocer la postura evangélica, del famoso buen ladrón que nos relata el evangelio de San Lucas , “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”, y las palabras del crucificado inocente, Jesús de Nazaret, “te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 42) Y sigo pensando que solo cuando seamos capaces de mirarnos al espejo, y vernos necesitados, débiles y frágiles, es cuando de verdad, entenderemos el evangelio, y lo que Jesús nos transmite. Los prepotentes no entienden el proyecto el Reino, “Te doy gracias Señor de cielo y tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”, que dice Jesús en el Evangelio de Mateo (Mt 11, 25). Los sabios, los entendidos, los prepotentes, los políticos que se insultan y no dan soluciones… esos no entienden nada, ya lo saben todo, y son incapaces de descubrir su debilidad, porque su soberbia les impide ver que en el fondo todos somos iguales, que todos tenemos la misma fragilidad y necesidad. Parece mentira que incluso en estos momentos muchos de esos “aparentemente fuertes”, no sean capaces de verlo en ellos mismos. Diría que me dan pena porque pierden la maravilla de vivir, y son incapaces de soñar con algo distinto, “nadie puede enseñarles nada”.

Los presos, los pobres, los que no cuentan… nos dan lecciones y nos invitan a descubrir y a mirar el mundo como lo mira Dios: con ternura, con cariño y con solidaridad. Ojalá que en este tiempo aprendamos de ellos, y ojalá que descubramos que detrás de cada ser humano está el mismo rostro de Dios, que sigue contando con nosotros, en este tiempo de dolor, para ser sus manos, sus pies y descubrir que “todos nos necesitamos”

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