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La adoración de los Reyes en "El Evangelio según Mateo" de Pasolini

¿Una cárcel humana? Parece algo raro, pero es sin duda lo que pretendemos todos los que a diario o a menudo visitamos a los presos: hacer que la cárcel cada día pueda ser más humana, pueda ser un espacio donde a pesar del dolor, del sufrimiento y sin duda de todo lo negativo que allí se respira pueda también respirarse algo de vida y de esperanza.

Los que vamos a la cárcel creemos que es posible el cambio de la persona, y creemos además que el ser humano no sólo cambia sino que como hijo de Dios nunca pierde la dignidad como tal, sea como sea, y pase lo que pase.

Estos días, por las diferentes noticias que nos van llegando, a veces perdemos de vista todo esto; por supuesto que cuando visitamos a los presos no olvidamos a las victimas ni bendecimos el delito, porque de hecho hay crímenes abominables, pero cada día seguimos creyendo, no desde la ingenuidad sino desde la certeza, que el ser humano es bueno, a pesar de que a veces hagamos crueldades, y sobre todo de que el ser humano puede cambiar. Y lo creemos así quizás primero porque nos miramos cada día al espejo y descubrimos nuestros fallos y debilidades, que, como se dice siempre, quizás no son comparables a crímenes horribles, pero al mirarlos y descubrirlos vemos también los fallos y debilidades de los demás; y segundo, porque creemos que la persona puede cambiar y que desde el Evangelio lo que Jesús brinda a cada pecador es la posibilidad de “nacer de nuevo”, de rehabilitarse, de reincorporarse de nuevo a la vida.

¿Cómo? Somos conscientes de que a veces es muy difícil y los que vamos por la cárcel sabemos que cuesta muchas lágrimas y mucho tesón, pero si no fuera porque creemos en el ser humano y en sus posibilidades quizás no merecería la pena ni vivir. Las palabras del crucificado al buen ladrón las creemos profundamente y las hacemos nuestras cada día: “te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”; y ese Dios misericordioso que pasa por el dolor, que pasa por el sufrimiento y el crimen absurdo de

en el mundo, es el que acoge el pecado de cada delincuente y de cada uno

de los presos, y lo acoge porque entiende que por encima de ser delincuentes son personas, son seres humanos necesitados de alguien que vuelva a confiar en ellos y les vuelva a rehabilitar.

Las condenas, por sí solas, no sirven para nada

Es verdad que todo esto no es fácil, no es un cuento de hadas, es duro, difícil y en ocasiones casi imposible porque a veces la persona no solo no quiere sino que no puede o está muy dañada, y por supuesto que habrá que ver cada caso, pero las condenas, y mucho menos en nombre de Dios, y los juicios por sí solos no sirven para nada, hace falta intentar y provocar un cambio, siempre y cuando la persona esté dispuesta a cambiar y a recomenzar de nuevo.

Pues bien, entre las acciones que llevamos a cabo desde la pastoral penitenciaria en la cárcel de Navalcarnero está la fiesta de Reyes, y nos parece que es sin duda una de las acciones que más humaniza y hace posible esa rehabilitación y reinserción dentro de la prisión. La cárcel se reviste de humanidad porque los niños con sus risas, con sus gritos, con su correr de acá para allá hacen posible algo nuevo y distinto, y como nos decían después algunos de los padres presos “por un momento nos hemos olvidado de donde estábamos”; sin duda que es la magia de los niños la que nos envuelve, su dulzura, ternura e ingenuidad hacen que la cárcel deje de ser por unas horas un lugar de sufrimiento y pase a ser un lugar de esperanza y de apertura al futuro.

Instancias y permisos

Como siempre lo más costoso de estas acciones dentro de la cárcel es conseguir los permisos de las familias que van a poder participar en la fiesta. Comenzamos ya desde el mes de octubre con todo ese trámite. Y hay que decir que es uno de los educadores de uno de los módulos, José Ramón, el que más se “pringa” en todo el proceso de selección y de llevar a cabo la fiesta; lo hace con todo el cariño del mundo y con una entrega muy especial, como también es especial él, darle simplemente las gracias seria muy poco porque el esfuerzo y el tesón es mucho.

Comenzamos primero porque nos aprueben la actividad, tanto desde el propio centro penitenciario como desde Instituciones penitenciarias, y tras ese paso primero indispensable, los chavales van echando instancias para solicitar participar, de acuerdo a una serie de normas que el propio centro ponte: que no tengan permisos (se supone que si tienen permisos ven a sus hijos en la calle), que no tengan partes disciplinarios dentro de la cárcel, que sean hijos suyos y no sólo de la pareja, y que tengan edades comprendidas entre 1 y 10 años. Con esos requisitos se van recogiendo las instancias de solicitud; pueden pasar un máximo de 25 familias, aunque siempre recogemos en torno a cuarenta solicitudes pues luego desde la subdirección de seguridad “se nos tiran muchas solicitudes”, que si bien parece reúnen los requisitos luego no es así, y también porque las exigencias siempre son muchas.

El proceso de selección es tan complicado que casi hasta cuatro o cinco días antes de la fiesta no tenemos la lista definitiva, con lo que esto supone de nerviosismo a la hora de preparar sobre todo los regalos para cada uno de los niños, dependiendo de las edades y de si son niños o niñas. Y tras ese proceso y avisar a todas las familias hay que ponerse a preparar “materialmente” la fiesta como tal, pero que sin duda ya es mucho más simple que todo lo anterior.

Para los regalos, tenemos la suerte en los dos últimos años que desde Manos Unidas de la diócesis se nos proporcionan, incluso se encargan con algunos voluntarios de la capellanía de envolver todos los regalos y de prepararlos. Después contamos también con Pablo, el payaso, que todos los años nos ameniza la fiesta con los niños. Y desde la cocina del centro elaboran el roscón y los pasteles para niños y familias. Además de la colaboración de algunos presos que se encargan de hacer de reyes y de repartir los regalos. Y a todos ellos unida la labor y el trabajo de los voluntarios habituales de la capellanía que visitan y trabajan en la cárcel asiduamente, unidos a otros que ese día deciden echarnos una mano y colaborar también en toda la fiesta. Por tanto, un trabajo en equipo, un trabajo en cadena, un trabajo en familia.

El gran día

Por fin, después de toda esta elaboración llega el gran día y todos nos disponemos a disfrutar, este año fue el pasado 27 de diciembre. Los voluntarios con algunos de los chavales preparamos todo por la mañana; en el polideportivo fueron, como siempre, los juegos y la merienda, junto con las piñatas que tanto gustan a los niños y se decoró con cadenetas, globos y regalos; en el salón de actos fue el espectáculo del payaso, y la entrega de regalos por los reyes venidos de Oriente, para lo cual también se adornó de manera apropiada el salón, con los tronos reales y la decoración adecuada.

Después de los trámites normales de permisos de las familias que llegaron a las 3,30 de la tarde, hacia las 4,30 comenzó la fiesta. Todos con mucho nerviosismo. Primero salieron los chavales del centro que con los voluntarios esperábamos a las familias en el polideportivo. Fue un momento espectacular. Los chavales llegaron especialmente arreglados para la ocasión y allí esperamos como quince minutos que se nos hicieron eternos mientras llegaban los niños y las madres. Y por fin, llegaron los niños que enseguida se fundieron en un abrazo grande con los padres; el momento fue entrañable, muchos de los padres lloraban de la emoción al ver a sus hijos, porque muchos de ellos no los habían visto hace meses, y otros los habían visto solo en el vis a vis, en una habitación pequeña y sin poder disfrutar de ellos. Fue especialmente emotivo el encuentro de Rubén con sus dos pequeños: abrazo a ellos no paraba de llorar y de darnos las gracias. Y al ver aquel encuentro confieso que todos sentimos también algo especial; la magia se apoderó ya de nosotros para las próximas casi tres horas, y fuimos capaces de soñar y de creer que estábamos en otro sitio diferente. Los brincos de los niños, sus risas, sus carreras lo llenaron todo y conseguimos cambiar el dolor por la esperanza y por la ilusión.

“Hacerse como niños”

Y junto a ello también olvidamos todo el esfuerzo que había sido necesario para llevarlo a cabo: acabábamos de dar a luz a una nueva fiesta de reyes en la cárcel, ya once años llevándola a cabo, y como en todos los partos, el nuevo nacimiento hizo que olvidáramos el “pesado embarazo”: teníamos a la criatura en brazos y eso nos hacía olvidar todas las penurias pasadas. De nuevo estábamos siendo capaces de hacer posible como creyentes el rostro de Dios en cada uno de los rostros de los niños, en sus debilidades, en sus risas y en los besos y abrazos con que cubrían a sus papas.

Comenzaron a correr por todo el polideportivo, a jugar, a reír y a compartir la merienda que habían preparado desde la cocina otro grupo de presos con todo cariño. Es un detalle bonito: preparan la merienda y se visten de reyes aunque no estén allí sus hijos, y lo hacen con un cariño especial, un cariño que no distingue de delincuentes o de no delincuentes, sino que ve simplemente personas, seres humanos. Algunos de los reyes magos nos decían que también recordaban a sus hijos… y se les saltaban también las lágrimas, aunque por suerte nos duraba poco porque enseguida veíamos a los niños y volvíamos a sonreir. “Hacerse como niños” dice el Evangelio, y sin duda era la clave en este día y descubrir que cuando nos hacemos como niños podemos dejarnos sorprender por tantas cosas en la vida, y sobre todo podemos dejarnos sorprender por un evangelio que en Jesús de Nazaret, hecho niño, nos invita a cuidar al débil y estar siempre al servicio de los pequeños de nuestro mundo.

El Rey Baltasar

Y entre las carreras de los niños, recordé una vez más a nuestro querido “Monasa”, uno de los piratas de Somalia (aunque habría que ver quién es el verdadero pirata si él o nuestros queridos amigos de los países ricos que espoliamos a los pobres en Africa y en otras partes del mundo).

Mohamed, Monasa como le llamaban cariñosamente, es un somalí que lleva en prisión unos siete años, ahora está en la cárcel de Valdemoro. Es muy delgado, de raza negra y por eso hace varios años, en una fiesta como esta, hizo de rey Baltasar. Monasa ha sufrido mucho en su país, porque Somalia es un país casi inexistente donde no hay de nada, recuerdo que no pudimos enviar dinero a su familia porque no había ni cómo hacerlo, y contaba experiencias duras de la guerra, con una infancia y juventud donde había visto morir asesinada a mucha de su familia… Cuando estaba aun sin vestir de rey, en el polideportivo, contemplando el jolgorio de los niños con alegría se me acercó y con lágrimas en los ojos, me dijo: “Sabes una cosa, esto es una familia”, y enseguida me dio un fuerte abrazo, que creo nunca olvidare.

Cada fiesta de reyes recuerdo y hago mías las palabras de este hombre que había descubierto la familia en nuestra familia de la cárcel, en Navalcarnero, y no puedo dejar de acordarme también de él, de su rostro, de sus lágrimas… y cuando voy a visitarlo a la cárcel de Valdemoro donde ahora está siempre se lo recuerdo. Y escribo esto en el día de la Sagrada Familia que nos invita la liturgia a contemplar: y según nuestro Monasa, de religión musulmana, en Navalcarnero, en la cárcel, también está la Sagrada familia, y está cuando somos capaces de querernos, de hacernos niños y de experimentar que todos somos iguales, que todos podemos meter la pata pero que todos tenemos derecho y podemos cambiar. La Sagrada Familia de Belén se hace presente cada año en la fiesta de Reyes de la cárcel de Navalcarnero, y nos hace sentir también a nosotros como una “verdadera y auténtica Sagrada Familia. Porque lo que une a la familia es el amor y allá donde hay amor hay familia, sea de la condición que sea, de la religión que sea y de la manera de pensar que sea: lo único indispensable para sentirse y ser familia es el amor, (en contra de lo que muchos piensan, incluso de responsables de nuestra Iglesia) , lo demás son puros convencionalismos que en ocasiones ahogan lo fundamental.

Pegados a los padres

Después de todos los juegos, pintarnos las caras, la merienda y las piñatas, pasamos al salón de actos, donde Pablo, nuestro payaso, nos deleito una vez más con su espectáculo cercano y sencillo, intentando llevar alegría a cada uno de los niños y niñas que allí estaban. Y por fin, hacia las siete, llegaron los esperados “reyes magos de oriente”. Se fue llamando por familias a los niños que acudían con sus papas y mamas a recoger los regalos, además de unas “monedas de oro de chocolate” que les entregaba uno de los pajes. Los niños iban subiendo al escenario con alegría, recibían el regalo y luego se marchaban a abrirlo con sus padres; las caras de los niños eran como siempre espectaculares, muchos de los padres les decían a los niños que nos dieran las gracias…Y por un momento todo fue normal, una fiesta normal donde los niños pudieron disfrutar de los padres como todos los niños del mundo, sin la seguridad, sin las rejas, sin estar encerrados en una habitación…. Todo como el resto de los niños de su edad.

Y lo peor sin duda fue cuando el reloj marcaba las siete y media y había que comenzar a despedirse. Nadie sabía ni cómo decirlo ni cómo hacerlo, pero no había otro remedio, y ese momento que todos deseáramos no llegara sí que llegó. Cada uno de los niños se pegaba a sus padres para abrazarlos y besarlos, muchos lloraban y no querían despegarse de ellos… y los padres también igual, abrazados a ellos y llorando… hasta el más insensible del mundo podía contemplar emocionado la estampa lleno de emoción y con lágrimas en los ojos. Sin duda que este momento final de la fiesta es el peor y todos nos quedamos sobrecogidos. Y cuando por fin salieron del salón las familias, nos quedamos los padres y los voluntarios solos y se hizo un profundo silencio, hablaba el corazón y las lágrimas… estábamos contentos por la tarde pasada juntos pero el oasis del desierto comenzaba a desvanecerse y había que volver a lo cotidiano, a lo de cada día.

Es verdad que volvían con una inyección fuerte de entusiasmo y de alegría que habían puesto sus hijos, pero también con el corazón herido… en esa herida y en esos llantos de nuevo el Dios crucificado hizo su presencia como Padre-Madre que enjugaba las lágrimas de nuestros hermanos y lo hacia a través del consuelo de cada uno de los que estábamos allí y éramos capaces de consolar a los que se quedaron… por un momento todos sentimos que se nos había arrebatado algo… pero había que seguir.

El silencio se rompió cuando el funcionario tuvo que ir llamando a cada uno de los chavales por su nombre para que fueran de nuevo a los módulos. Yo estaba en la puerta y todos al salir me daban un fuerte abrazo y todos me decían con una sonrisa entre sollozos “gracias”, y sin duda eran unas gracias muy especiales, porque eran gracias sin el más mínimo interés de nada, eran gracias que salían de lo más profundo del corazón….

Y en cada sonrisa y acción de gracias también descubrí la sonrisa y las gracias del mismo Dios “lo que hicisteis a uno de estos más pequeños a mi me lo hicisteis “ (Mt 25). Y recordé también como en tantas otras ocasiones las palabras de San Romero de América, apenas una semana antes de caer asesinado en el altar donde celebraba la Eucaristía: “nada hay tan importante para la Iglesia como la vida humana, como la persona humana. Sobre todo la persona de los pobres y oprimidos, que, además de seres humanos, son seres divinos, por cuanto dijo Jesús que todo lo que con ellos se hace, El recibe como hecho a El”, (Homilia 16 de marzo de 1980). Y de nuevo me sentí muy agraciado.

Esperanza

Hacia las ocho de la tarde y después de estar allí todo el día salimos de la cárcel, cansados pero llenos de alegría y de esperanza. Habíamos podido asistir de nuevo al milagro de la “humanidad nueva” de la que habla González Faus, una humanidad basada en sentir que todos somos personas y que todos podemos cambiar. Gracias una vez más a todos los que han hecho posible este día y sobre todo gracias al Dios de la vida, al Dios humano que se nos ha vuelto a hacer presente en esta tarde en cada llanto, en cada risa, en cada niño… gracias porque se Dios nos sigue impulsando cada día y sigue contando con nosotros para hacer una cárcel más humana y por tanto “más divina”.

De nuevo este 27 de diciembre la cárcel de Navalcarnero se revistió de humanidad y nos devolvió la confianza en el ser humano. Un ser humano roto y en muchas ocasiones destruido como el que nos encontramos en la cárcel, y un ser humano que también ha roto con su delito muchas vidas, pero un ser humano en el que merece la pena confiar por encima de todo; un ser humano por el que tenemos que apostar, no porque seamos buenos, sino porque el mismo Dios apuesta así por todos nosotros con nuestras virtudes y nuestros defectos. Este ser humano roto al que visitamos cada día pero al que el crucificado y el niño del pesebre nos invitan a rehabilitar y a reinsertar.

Creer en el Dios de Jesús que se hace niño, significa sin duda creer en el ser humano roto por la desgracia, el pecado, el delito… pero significa también creer que Dios se ha hecho hombre, se ha metido en nuestro mundo porque cree profundamente en ser humano. Ese es el gran Misterio de la Navidad; Dios confía tanto en nosotros que ha querido hacer hombre para que nosotros podamos tener un poquito de ese Dios, como dice Leonardo Boff: “Dios se ha humanizado para que nosotros nos divinicemos “.

¿Esto es tarea fácil? Evidentemente que no, a veces los delitos son crueles y los pecados muchos, pero tenemos que estar empeñados en ese cambio del ser humano, de lo contrario no tendría sentido nuestra presencia como cristianos en la prisión. Y eso no quiere decir que no condenemos el delito, pero quiere decir también que apoyamos en todo a la persona y que empeñamos todas nuestras fuerzas en que así sea.

“Gracias por estar con ellos”

Termino con un mensaje que el obispo de Getafe, Ginés, me dijo justo cuando le comenté que habíamos tenido la fiesta de Reyes en la cárcel: “cuanto me alegro! Ahí se hace muy presente la misericordia de Dios. Gracias por estar con ellos”. Cuando lo leí se me escaparon a mi también las lágrimas, quizás porque hace años habría sido complicado que el obispo dijera y reconociera eso, y hoy nuestro obispo no solo lo decía sino que me consta que se lo cree. Y se me escaparon las lágrimas no porque el obispo reconociera nuestra labor sino porque algo nuevo parece que esta brotando en nuestra Iglesia de Getafe, algo más evangélico, algo más al estilo de lo que desde el primer momento decía el papa Francisco: una Iglesia misericordiosa y acogedora donde todos podamos estar y donde nadie condene a nadie y mucho menos en nombre de Dios. Recordé las palabras que el cardenal Hummes le dijo a Francisco nada más ser elegido: “no te olvides de los pobres”.

Día muy especial el vivido, día de alegría, de emoción y de evangelio, día en el que el “la palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” y lo ha hecho en cada gesto humano de cada uno de los niños, las familias y los voluntarios de la cárcel. La cárcel revestida de humanidad y por eso también de divinidad. Ojalá que nunca olvidemos esto, ni desde las instituciones civiles ni desde luego desde nuestros cristianos, que nunca olvidemos que los presos son seres humanos necesitados de “salvación” y por supuesto llamados al cambio y que siempre pensemos que ese cambio es posible, aunque desde luego dificultoso. Y sobre todo, ojalá que nunca perdamos nuestra confianza en el ser humano, creemos, y lo estamos celebrando de nuevo en estos días, en un Dios que se hace hombre como nosotros, que se humaniza y desde su humanidad nos comprende y nos engrandece.

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