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Solemnidad de la Virgen. Ciclo A
Miércoles, 1 de enero de 2014

Lo primero que nos llama la atención de este fragmento evangélico es que para celebrar la fiesta de la Virgen, la liturgia nos recuerda que Dios vino a este mundo en circunstancias no sólo humildes, sino vergonzosas.

¿Por qué vergonzosas?
Lo acompañaron unos pastores que eran considerados no como pobres sino como ladrones y tramposos. Es decir, gente despreciable.
Estaba prohibido comprarles directamente la lana, la leche, los cabritos.
Sabemos que, para la gente del siglo primero, el valor supremo no era el dinero sino el honor.
El Dios de Jesús se presenta en este mundo desnudo de uno y del otro: pobre y anónimo.
El Dios de Jesús no aparece en el mundo revestido de poder y majestad. Ni puede ser representado por quienes van por la vida revestidos de poder y gloria.
Los pobres que no encuentran hospedaje (María y José), los tramposos despreciables (los pastores) son los que dan gloria y alabanza a Dios.

El nombre de Jesús significa Yavé Salva. En aquella cultura el nombre definía la persona. O sea: Jesús es salvación.
La lección es clara: la salvación no está en el capital, ni el poder, ni en el honor. La Salvación está en lo que el sistema imperante desprecia: lo que representan María, José y los pastores.
El capital, el poder y el honor nos han puesto en la grave crisis que brota de la codicia.
La solución no está en recomponer el sistema sino en recuperar el Evangelio.
Pero, ¿quién es el valiente que está decidido a asumirlo?

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