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El capítulo 19 del libro del Levítico forma parte de un conjunto homogéneo de leyes conocido como "Código de santidad" (Lv 17-25), llamado así por la frecuente repetición: "Sed santos, porque yo, el Señor, su Dios , soy santo ". El capítulo del que leemos unos versículos (Lv 19,1-2.17-18) contiene los principios más esenciales que marcan la vida de Israel con Dios y con los demás. Israel elaboró ​​un hablar de Dios a partir de experiencias de la vida cotidiana. Es así como puede hablar de Dios pastor, Dios juez, Dios esposo. Con respecto a la santidad de Dios es difícil imaginar que Israel pudiera extraer tal concepto de la vida cotidiana.

La santidad de Dios tiene que ver con que Dios es una realidad radicalmente diferente a cualquier otra realidad existente. No puede ser confundido ni mezclado con nada ni con nadie. No es fácil acercarsele y vive en un ámbito donde Israel sólo puede penetrar si cumple determinados requisitos, sin embargo, es necesario que lo haga con mucho cuidado y siendo consciente de que corre un gran peligro.

Es en los lugares y actos de culto donde Israel experimenta más intensamente la santidad de Dios porque el culto señala la presencia y la residencia de Dios. Es en el culto donde se extreman las precauciones a fin de que la presencia de Dios quede protegida de cualquier tipo de contaminación profana o impura. No proteger esta presencia conlleva el riesgo de que Dios decida abandonar el lugar de su residencia. Esto supondría una gran contrariedad para Israel, ya que de la presencia de Dios depende la vida del pueblo. La presencia de Dios genera y garantiza la vida.

Paradójicamente el Dios santo y separado mantiene una relación con Israel su pueblo. Dios es santo dentro, con y por Israel. El que vive en un aislamiento inaccesible está a favor de Israel y, por tanto, se le puede pedir que actúe en beneficio de su pueblo salvando y liberando (Sal 99,6). La santidad de Dios toma pues una dimensión relacional. Dios es santo para Israel; su santidad es la vida, pero si Israel quiere tener a Dios a su favor, deberá corresponder imitando la santidad de Dios. De ahí la fórmula que encontramos en la lectura de hoy. Si Israel quiere tener Dios a su lado, una presencia que le sea vida, deberá corresponder con sus exigencias.

Israel aliado especial de Dios deberá actuar en consonancia con su santidad. Si no se comporta conforme a ello, el nombre santo de Dios queda profanado y empequeñecido ante las naciones. Los desórdenes éticos y económicos profanan la santidad de Dios. Así cuando Dios actúa en favor de Israel, aunque este no lo merezca, de rebote restituye su dignidad que ha quedado denigrada con el mal comportamiento de Israel (Ex 36, 22-32).

Con ello estamos en condiciones de entender porque la fórmula: "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo" introduce una recopilación de prescripciones muy marcadamente sociales que recuerdan los mandamientos del decálogo y el espíritu social del Deuteronomio . La santidad que se pide al pueblo va más allá de la pureza ritual y legal y llega a exigir la santidad moral de tal manera que, sin ésta, la santidad, tanto de Dios como del pueblo, quedan incompletas.
Nunca se estará tan cerca de la santidad de Dios como cuando se ame al otro como a ti mismo. En el fragmento litúrgico que leemos, el otro se limita al pueblo hebreo, pero más adelante en el v 39 el Levítico abre fronteras. El otro es el extranjero que habita en medio del pueblo. Tiene los mismos derechos y condición social que la de los que son del país y, además de todo esto, hay que amarlo.

Domingo 7º durante el año. 19 de Febrero de 2017

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