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En la segunda lectura de este domingo leemos un fragmento de la parte final de la carta a los hebreos (12,5-7.11-13). Ante las dificultades en que se encuentran las comunidades lectoras de la carta, el autor las alienta para no desfallecer. Un tema estrella del texto que nos ocupa es el de la corrección. Es un tema presente en el Antiguo Testamento. El autor de Hebreos trae a la memoria un pasaje del libro de los Proverbios (3,11-12). Seguramente era leído y conocido por los lectores de la carta, porque el autor les reprocha su olvido. El tema aparece en el libro del Deuteronomio: "Reconoce pues de todo corazón que el Señor, tu Dios, te corrige como un padre corrige a su hijo" (8,5); y en el salmo 94 se dice: "Feliz el hombre que tu corriges, que tu enseñas según tu ley" (94,12).

Equivalente a corregir es poner a prueba. En el paso del mar Rojo, Dios puso a prueba la fidelidad de su pueblo (Ex 15,25). De hecho, toda la estancia en el desierto puede considerarse una prueba que Dios ha puesto a su pueblo. así lo expresa el salmo 66,10: "Nos has probado Dios nuestro, como la plata nos depuras al fuego". El tema llegará a estar presente también en el Nuevo Testamento, así en la Primera carta de Pedro leemos: "Todo esto os da una gran alegría, ni que ahora necesariamente os hayan de entristecer por poco tiempo pruebas de todo tipo, porque si el oro que se daña es probado al fuego, vuestra fe más preciosa que el oro, también debe ser probada (1,6).

No sólo Dios corrige y pone a prueba, sino que el hecho de no aceptar la corrección se convierte en el símbolo de la infidelidad y del rechazo a Dios. "Este pueblo que no escucha al Señor, su Dios, ni acepta que lo corrija nunca tiene la verdad en los labios" dirá el profeta Jeremías (7,28).

Quizás algunos lectores de nuestro tiempo se sientan incómodos con unos textos que hablan de un Dios que castiga y pone a prueba. A menudo el lenguaje bíblico se vale de imágenes, extraídas de las experiencias de la vida cotidiana para hablar de la realidad inenarrable de Dios. Siempre hay que dar un paso que nos lleve más allá del hablar sobre Dios con imágenes humanas. Esto se puede aplicar al texto de los hebreos que nos ocupa.

Hay que tener presente que el texto que precede al de la lectura litúrgica habla de Jesús que "soportó el suplicio de la cruz, sin hacer caso de la vergüenza que tenía que pasar" (12,2) y del "ataque tan duro contra su persona por parte de los pecadores "(12,3). Para el autor de Hebreos las contrariedades son correcciones que Dios dirige a los creyentes y son mucho menores que las contrariedades que tuvo que pasar Jesús. Y, si Jesús pasó contrariedades, no quedarán exentos de ellas los creyentes.

Hemos visto que la corrección es un tema profundamente bíblico, pero tiene también sus raíces en la experiencia humana: qué hijo hay que su padre no corrija ?. Considerando esto, el autor de Hebreos aprovecha para afirmar que los creyentes son hijo legítimos de Dios. Pablo afirma esto con contundencia (Rm 8,14ss). El autor de Hebreos lo ha medio dicho cuando escribe: "Dios quería llevar muchos hijos a la gloria" (2,10) o cuando afirma que era necesario que Jesús se hiciera en todo igual a los hermanos (2,17). Ahora la afirmación toma un carácter más rotundo: "Dios os trata como a hijos". Las contrariedades y dificultades se convierten en pruebas que avalan la condición de hijos de Dios de los seguidores de Jesús. No ser corregido quiere decir que uno no es admitido como hijo de Dios y no es amado por Él y esto puede representar una desgracia, por eso dice muy bien el libro de Job (5,17) "Feliz el hombre que Dios corrige "

Domingo 21 durante el año. 21 de Agosto de 2016

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