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Por Lluís Serra Llansana .
En Gerasa
¿Cómo se puede afirmar que la confesión está de moda si la mayoría dice que está en crisis? El papa Francisco parece haber propiciado un repunte, pero los datos todavía son incontestables. La gente acude poco a recibir el sacramento de la reconciliación. Los confesionarios están casi desiertos. Se piden cambios. La psicología de nuestros coetáneos no parece soportar con agrado estas prácticas. Las celebraciones comunitarias de la penitencia son más concurridas, pero sólo se convocan en momentos concretos del año y casi nunca cuentan con el respaldo adecuado.
Pese a estas observaciones, sigo sosteniendo que la confesión está de moda. Ha experimentado, eso sí, una modificación sustancial. La confesión se practica más que antes, pero se ha secularizado. Mucha más gente acude al psicólogo y al psiquiatra para clarificar sus estados interiores. Muchas personas participan en programas de radio donde divulgan a través de las ondas lo que antes les costaba formular en la intimidad de un confesionario. Hay quienes suben al plató de una televisión, atraídos acaso por la popularidad y el dinero, para sacar a la luz páginas escabrosas de su biografía. Basta recordar El juego de tu vida. Unas cuantas cadenas buscan audiencia sumergiendo al espectador en la ciénaga de las bajas pasiones de los protagonistas. Los periodistas y locutores asumen, a veces, el papel del confesor más carca, pero con aires de modernidad. Risto Mejide realizó una buena entrevista a sor Lucía Caram, una monja que contagia con su estusiasmo. Le sobraron dos preguntas en el nuevo confesionario convertido en chester, que fueron respondidas sin pestañear: «Yo sería incapaz de hacer un voto de castidad, entonces, encontrar una persona feliz que no tiene sexo me sorprende muchísimo ¿no tienes sexo o tienes y luego te confiesas? No, no lo tengo. ¿Nunca has tenido sexo, ni contigo misma? No.» Si esto lo dice un sacerdote en una confesión, sería tildado de impresentable y recibiría los máximos improperios. Aparecen por doquier nuevos gurús que se permiten toda clase de preguntas. En internet, en los chats, se cuentan las intimidades más recónditas a confidentes invisibles. La confesión, que se ha secularizado, está de moda.
Los monjes antiguos realizaban una práctica que sería el germen de la confesión católica. Consistía en manifestar todos los pensamientos que nos afectan y la función del interlocutor consistía en escuchar sin cortapisas. Como afirma Christopher Jamison, los padres del desierto tenían un dicho predilecto: «Lo que más agrada a los demonios es un pensamiento no expresado.» Hablar permite liberarse, pero la razón última de la confesión implica el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios, con los demás y consigo mismo. En esto es única. Estoy convencido de que hay que introducir profundos cambios, pero en el fondo se trata especialmente de un problema de fe.
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