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Carta al Papa Francisco publicada en Vida Nueva, núm 2.871, dentro de la serie de cartas abiertas al papa.

Estimado Santo Padre:

Honestamente, debo confesarle que, a diferencia de la mayoría de mis amigos, recibí su elección con reparos y desconfianza. Sus primeros gestos, sus primeras intervenciones, los viví de manera muy escéptica. Cuando se quedó en Santa Marta, no me lo podía creer. Después, sus críticas al aparato vaticano las recibí como aire fresco. El viaje a Lampedusa, para mí, fue muy importante. Vi en su persona la herencia de Medellín, Puebla, Aparecida, y me di cuenta de que, efectivamente, nos encontrábamos ante una nueva etapa.

He seguido con gran interés sus homilías, que rápidamentente se empezaron traducir en catalán en Catalunya Religió. He leído sus declaraciones en La Civiltà Cattolica, en el periódico La Reppublica y pienso que –contra todo pronóstico– nos encontramos ante una nueva “primavera eclesial”.
Desde mi experiencia vital, me permito sugerirle, con toda humildad, algunas prioridades básicas para su mandato. Estas son:

1. La Iglesia debería continuar por el camino marcado por el Concilio Vaticano II.

El año pasado, celebramos el quincuagésimo aniversario de su inicio esperanzador. El Concilio representó un gran paso adelante de la Iglesia. Hemos pasado por unas décadas de revisión de las grandes opciones teológico-pastorales que lo han cuestionado y marginado, y una parte de la Iglesia se ha recluido y encerrado en sí misma.

Entiendo que, cuando en Río de Janeiro usted pidió a los jóvenes que provocaran lío –“pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera, quiero que la Iglesia salga a la calle”–, precisamente se refería a superar el modelo de una Iglesia cerrada, que quiere recrear dentro de sus cuatro paredes una nostálgica sociedad, perfecta y cristiana, que detesta al mundo y a todos aquellos que no siguen su predicación.

En sus manifestaciones y decisiones públicas he visto –o he querido ver– una vuelta al espíritu del Concilio. Este es el camino, y piense que a muchos católicos resistentes y a muchos que se habían alejado, retomar este rumbo nos llena de alegría y fuerza.

2. Desmundanizar la Iglesia para conseguir una mayor credibilidad en su misión esencial.

Como el papa emérito explicó en uno de sus viajes a Alemania, conviene entender la desmundanización como la capacidad de la Iglesia de “liberarse de la carga material y política” y de “las pretensiones y condicionamientos del mundo” para adentrarse plenamente en su misión de anuncio de la Palabra, es decir, el testimonio de Dios revelado en la historia humana en la persona de Jesús de Nazaret como manifestación de su Amor.

Esta mayor credibilidad pasaría por una relectura entre tradición y renovación, por una proyección pública más coherente –que pueda representar mucho mejor la esencia de su mensaje– y por la pérdida de algunas formas que podrían entenderse hace siglos, pero que ahora son sencillamente anacrónicas.

Me duele profundamente ver cómo en España, la Conferencia Episcopal Española se identifica con un partido político concreto y es propietaria de medios de comunicación que, como incluso reconocen los obispos catalanes, “opta por el desprecio, la descalificación e incluso el insulto”, y todo ello como consecuencia de una determinada y caduca manera de entender el poder de la Iglesia y su influencia en la sociedad.

España necesita una desmundanización de amplios sectores de la Iglesia, dejar un catolicismo –en palabras del teólogo Martín Velasco– menos “eclesiastalizado”, o de un catolicismo menos normativo y codificado, más cercano a los orígenes, más sencillo, más cerca de los pobres, más acogedor y dialogante. Una Iglesia más coherente entre su predicación y su práctica. Su primer viaje a Lampedusa ha marcado un horizonte ejemplar.

3. Es necesario un mayor respeto a la pluralidad en la Iglesia y un gobierno más participativo.

Se ha de respetar mucho más la pluralidad en la Iglesia sin que esto signifique el menoscabo de su unidad. Asimismo, la Iglesia universal y las Iglesias locales han de encontrar un mejor equilibrio a favor de las dinámicas y realidades locales.

La Iglesia está llamada a buscar una nueva gobernanza interna, con una mayor colegialidad con usted. Usted debe liberarse del difícil gobierno cotidiano de la Iglesia y, una vez haya podido cambiar la caducada estructura de la Curia romana, disponer de más tiempo y libertad para poder dirigirse directamente al mundo, sea católico o no, creyente o no. Un mundo marcado –como usted apuntó– por la “globalización de la indiferencia”, necesita un discurso y un testimonio de sentido, cercano a la gente, con capacidad de marcar un rumbo de esperanza y solidaridad.

4. La mundialización de la Iglesia tiene que reflejarse también en su relato.

Estos meses hemos visto cómo su experiencia en América Latina ha impactado profundamente en la Iglesia. Debemos deseuropeizarla –también en Europa– para que toda ella retome un nuevo aliento y una mayor intensidad evangélica (esto es lo que yo entiendo, al menos, por “ardor” evangélico).

Con su elección, con su comisión de cardenales –¿por qué no también de sacerdotes y laicos?–, pero, por encima de todo, con su actitud y compromiso, parece que las Iglesias locales de América Latina, África y Asia tendrán una mayor presencia en el rumbo de la Iglesia. Este es el camino, también para Europa.

5. Dos prioridades: aunar la mediación cultural y la acción social.

En algunas sociedades, especialmente en Occidente, el imaginario de la población está huérfano de Dios. O ha girado la espalda a Dios. Es un segmento de población –también presente en otros continentes– marcado por un férreo individualismo utilitarista, por vivir en la lógica de la cultura capitalista y del consumo y en instalarse en el entretenimiento que ofrecen la mayoría de productos audiovisuales.

Actuar en el campo de la mediación cultural pasa por nuestra capacidad para ofrecer un “relato” o una “narrativa” de sentido e interpretación de la vida humana, donde Dios retome su centralidad. Un Dios Padre de todos, que nos haga descubrir al otro, al prójimo, la bondad, el amor y que, descubriéndolo, nos ayude a intuir una forma de vida diferente, un mundo con otros valores centrales.

Por todo esto, nuestra propuesta cultural debe aunarse a una acción social junto a los pobres y marginados y en el compromiso por la justicia, donde se encuentra el núcleo central de la predicación de Jesús, del Dios revelado a los hombres y mujeres. El relato cultural y social deben unirse para dar una mayor fuerza al anuncio del Evangelio.

Desde Barcelona, con admiración.

Josep Maria Carbonell

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