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Acaba de publicarse el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que celebraremos el próximo 1 de enero de 2014, firmado por el Papa Francisco. Este año tiene como lema: "La fraternidad, fundamento y camino para la paz".

Los Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz son siempre una herramienta importante para la difusión, desarrollo y actualización de la doctrina social de la Iglesia y, por tanto, para la evangelización de la realidad social. Por eso, sería importante que estos mensajes fueran leídos y meditados por todos los creyentes, analizados y discutidos en grupo en todas las comunidades cristianas, y que permitieran encontrar la ocasión de poner a la Iglesia en situación "de salida" (en expresión el Papa Francisco en su reciente exhortación "Evangelii Gaudium") hacia la sociedad.

En su primer Mensaje para la Paz, Francisco retoma y continúa el magisterio social de sus predecesores, haciendo énfasis en algunas de las tesis y preocupaciones que se han convertido ya en ejes de su Pontificado.

La afirmación central del mensaje es muy clara: la construcción de una sociedad justa y de una paz estable y duradera es imposible sin la conciencia de fraternidad. La fraternidad es la conciencia de una dimensión esencial del ser humano, como es su carácter relacional, que nos lleva a tratar a cada persona como verdadero hermano y verdadera hermana. La fuente y el espacio básico para generar esta conciencia es la familia, llamada a "contagiar al mundo con su amor".

Ahora bien, para salir al paso de comprensiones inadecuadas o insuficientes de la fraternidad, que no permiten generar vínculos auténticos, Francisco identifica cuál es la raíz de la fraternidad. La fraternidad proviene de la convicción y el reconocimiento de un Padre trascendente común de todos los humanos, como fundamento último, es decir, la paternidad de Dios, que ama de forma concreta, puntual y extraordinaria a cada ser humano (Mt. 6,25-30 ). Este amor, cuando es acogido, es el agente más poderoso de fraternidad, transforma la existencia y las relaciones con los demás y abre a las personas a la solidaridad y la reciprocidad. La fraternidad ha sido regenerada en y por Jesucristo con su muerte y resurrección, convirtiéndose en principio nuevo y definitivo para reconocernos como hermanos, hijos del mismo Padre.

Por todo ello, Francisco subraya que la fraternidad es el fundamento y camino para la paz. En efecto, la fraternidad no es una cuestión solamente entre personas sino que debe reinar entre los pueblos y las naciones y se concreta en los deberes de solidaridad, justicia social y caridad universal. Las relaciones fraternas entre personas y grupos y las políticas públicas eficaces basadas en la fraternidad son la vía adecuada para superar los grandes males de nuestro mundo denunciados por Francisco: la marginación, la soledad, la pobreza, la falta de acceso a servicios básicos, la exclusión social, las graves desigualdades de renta, las persistentes crisis económicas y financieras, causadas por la codicia y el empobrecimiento de las relaciones humanas. La fraternidad es la vía para poner fin a la guerra, la violencia y la proliferación del armamentismo. Y es la vía para superar el egoísmo que se desarrolla socialmente en múltiples formas de corrupción y crimen organizado: la lacra de la droga, la explotación laboral, el blanqueo de dinero, la especulación financiera, la prostitución, el tráfico de seres humanos, los abusos contra los niños, la esclavitud, el tráfico indigno con los inmigrantes o la devastación de la naturaleza, que perjudica la vida humana presente y la de las generaciones futuras.

Por ello, Francisco hace una llamada a descubrir, amar, experimentar, anunciar y testimoniar la fraternidad, que solo es posible con la apertura y acogida del amor dado por Dios. El realismo de la política y de la economía no pueden reducirse a un tecnicismo carente de ideales y de apertura a la dimensión trascendente, que empobrece las actividades humanas y reduce a las personas a ser simple objeto de explotación.

Concluye Francisco pidiendo a los cristianos que sepamos tejer un entramado de relaciones fraternas basadas en la reciprocidad, el perdón, el don total de uno mismo, según la amplitud y la profundidad del amor de Dios, ofrecido por Cristo muerto y resucitado, amándonos unos a otros como señal de que somos discípulos (Jn 13, 34-35). Nos reclama, así, "un paso adelante, un ejercicio perenne de empatía, de escucha del sufrimiento y la esperanza de los demás", poniéndonos en "actitud de servicio los unos de los otros, especialmente de los más lejanos y desconocidos", dado que "el servicio es el alma de la fraternidad que edifica la paz".

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